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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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extrae la vida. El balanceo del carro acaba por alisar todas mis

preocupaciones y cierro los ojos a su compás.

Me despierta el soldado más mayor dando golpes a la madera, y

cuando pienso que por fin nos van a dejar salir, se limita a decir:

—Llegamos al trozo más difícil. Sujetaos bien.

—¿Qué…? —empiezo a preguntar, pero no sigo porque parece

que el carro se esté despeñando por un acantilado.

La frente de la enfermera Coyle impacta contra mi nariz y noto el

olor de la sangre casi de inmediato. Oigo cómo resopla y se ahoga

cuando sin poder evitarlo le golpeo con una mano en la frente, pero

el carro sigue sacudiéndose y dando botes y la vuelta de campana

parece inminente.

Entonces la enfermera Coyle me rodea con sus brazos, me atrae

hacia ella y nos abrazamos, mientras con una mano y un pie

presiona el lado opuesto del compartimento. Me resisto, rechazo la

mayor comodidad que implica esta postura, pero enseguida me doy

cuenta de que mantenernos abrazadas es una buena idea, porque

casi de inmediato dejamos de chocar entre nosotras, por mucho que

el carro dé tumbos y trompicones.

Y así, en brazos de la enfermera Coyle, transcurre el último tramo

de mi viaje. Y es en brazos de la enfermera Coyle que entro en el

campamento de la Respuesta.

Por fin, el carro se detiene e inmediatamente alguien retira el panel.

—Ya hemos llegado —anuncia el soldado más joven, el rubio—.

¿Todo el mundo bien?

—¿Por qué no íbamos a estarlo? —dice la enfermera Coyle,

antipática como de costumbre. Me suelta, baja rápidamente del

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