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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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afilados…

Retiro la mano, sangrando…

Y estoy a punto de darle un puñetazo, de darle una buena…

Pero él ya ha conseguido escabullirse, y corre a través del cráter, en

dirección al resto de zulaques…

—¡Eh! —vuelvo a gritar, con el ruido al rojo vivo.

1017 corre y, de vez en cuando, echa la vista atrás, y las hileras de

zulaques me miran también, y sus estúpidas caras silenciosas tienen menos

expresión que la oveja más tonta que tuviera nunca en la granja y me sangra

la mano y me pitan los oídos y me escuece la cara por los rasguños y le he

salvado la estúpida vida, ¿y así es como me lo agradece?

«Animales», pienso. «Malditos, inútiles, estúpidos animales.»

—¿Todd? —repite el alcalde, cabalgando hacia mí—. ¿Estás herido?

Me giro hacia él, sin saber si estoy lo bastante tranquilo para responder,

pero cuando abro la boca…

El suelo se abre.

Como sigo sin oír nada, lo siento más que lo oigo, noto el retumbar a

través de la tierra, noto la pulsación del aire, tres fuertes vibraciones, una

tras otra, y veo que el alcalde gira la cabeza de pronto hacia la ciudad, veo

que Davy y los zulaques hacen lo mismo.

Más bombas.

A lo lejos, hacia la ciudad. Son las bombas más grandes que han

explotado nunca en la historia de este mundo.

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