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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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Un aullido en el aire, un zumbido que no es ruido, un rumor que parece más

bien una abeja gorda que acude a picarte.

—¿Qué demonios…? —exclama Davy.

Y ahora todos damos media vuelta, miramos al extremo más alejado del

monasterio, sobre las cabezas de los soldados que siguen alineados en lo

alto del muro.

Zuuuum…

En el cielo, una forma traza un arco, alto y nítido, y se alza por entre los

árboles de detrás del monasterio, dejando a su paso una estela de humo,

pero el zumbido aumenta y el humo empieza a espesarse y se vuelve negro.

Y entonces el alcalde extrae del bolsillo de la camisa los prismáticos de

Viola para poder verlo mejor.

Me quedo mirando los prismáticos, con el ruido agitado, rebosante de

signos de interrogación que él decide ignorar.

Davy debió de bajarlos también de la montaña.

Aprieto los puños.

—Sea lo que sea —dice Davy—, viene hacia aquí.

Me doy la vuelta. El objeto ha alcanzado el punto álgido del arco y

regresa hacia la tierra.

Hacia el monasterio donde estamos todos nosotros.

Zuuum…

—Yo de vosotros me apartaría —dice el alcalde—. Es una bomba.

Davy corre tan deprisa hacia las puertas que el látigo le cae al suelo. Los

soldados del muro empiezan a saltar al exterior. El alcalde prepara el caballo,

pero todavía no se mueve, esperando a ver dónde va a aterrizar la bomba.

—Una bomba rastreadora —dice con una voz llena de interés—.

Anticuada, prácticamente inútil. La usamos en la guerra de los zulaques.

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