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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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—Davy…

—Porque, chico, cómo se alarga la mujer…

—Un día de estos… —empiezo, con un ruido tan feroz que casi lo veo

doblar el aire con un fogonazo de fuego—. Un día de estos voy a…

—¿Qué vas a hacer, Todd? —me pregunta el alcalde, que acaba de entrar

a lomos de Morpeth—. Os he oído discutir desde la carretera. —Dirige la

mirada a su hijo—. Y discutir no es trabajar.

—No te preocupes, papá, te aseguro que están trabajando —contesta

Davy, señalando los campos con un gesto.

Y es verdad. Los zulaques y yo trabajamos divididos en equipos de diez o

veinte, esparcidos por los terrenos del monasterio, retirando piedras de los

muros bajos interiores y sacando tierra de los campos. Otros apilan la tierra

cavada en otros campos, y mi grupo, el más cercano a la entrada, ha cavado

ya algunas zanjas para colocar los cimientos del primer edificio. Yo uso una

pala. Los zulaques tienen que usar las manos.

—No está mal —reconoce el alcalde—. No está nada mal.

El ruido de Davy irradia tanta complacencia que es de vergüenza ajena.

Nadie lo mira.

—¿Y tú, Todd? —El alcalde se vuelve hacia mí—. ¿Cómo te va la mañana?

—Por favor, no le haga daño —suplico.

—Por favor, no le haga daño —se burla Davy.

—Por última vez, Todd —dice el alcalde—. No voy a hacerle daño. Solo

voy a hablar con ella. De hecho, ahora mismo me dirijo a hablar con ella.

Me da un vuelco el corazón y el ruido aumenta.

—Vaya, papá, eso no le ha gustado —se ríe Davy.

—Silencio —le advierte su padre—. Todd, ¿querrías decirme algo que

pueda hacer que la visita transcurra más rápidamente y de forma más

agradable para todos?

Trago saliva.

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