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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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puño, como una oleada de ladrillos, como si el mundo se hundiera

bajo tus pies y cayeras de lado y hacia arriba y hacia abajo a la vez,

como la ingravidez de las tinieblas lejanas.

Se produce un vacío del cual no consigo recordar nada, y entonces

abro los ojos y me encuentro tumbada en el suelo con el humo

girando a mi alrededor en lazos flotantes y fragmentos de fuego que

planean desde el cielo, y por un minuto parece casi pacífico, bello, y

en ese momento me doy cuenta de que solo oigo un gemido agudo

que ahoga el resto de los sonidos que emite la gente que me rodea

al ponerse en pie tambaleándose o al abrir la boca para lo que

deben de ser gritos, y me incorporo lentamente, el mundo sigue

desaparecido en el silencio gimiente y ahí está el soldado del grano

en el cuello, ahí está en el suelo, a mi lado, cubierto de astillas de

madera, y debe de haberme protegido del estallido porque yo estoy

prácticamente intacta y en cambio él está inerte.

Está inerte.

Y vuelve el sonido y ya se oyen los gritos.

—Esta es precisamente la historia que no quería que se repitiera

—dice el alcalde, contemplando pensativo el rayo de luz que

penetra por la ventana de vidrio coloreado.

—Yo no sabía nada de ninguna bomba —repito con las manos

todavía temblorosas y un pitido tan intenso en los oídos que me

cuesta entender lo que dice—. De ninguna de las dos.

—Te creo. Casi te matan a ti.

—Un soldado me protegió de la onda expansiva —tartamudeo,

recordando el cuerpo, recordando la sangre que le salía, las astillas

clavadas por casi todo su cuerpo.

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