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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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yegua patea suavemente con los cascos los pedacitos de madera y yeso y

cristal y comestibles esparcidos por todas partes. Parece que el almacén

haya estornudado por fin después de mucho tiempo de aguantarse. Nos

situamos junto a Davy, que señala un puñado de astillas de color claro que

sobresalen del tronco.

—La explosión fue tan violenta que las clavó en el árbol —dice—.

Malditas zorras.

—Era tarde, por la noche —replico, reajustándome el brazo en el

cabestrillo—. No hirieron a nadie.

—Zorras —repite él, sacudiendo la cabeza.

—Devolverá su provisión de cura, cabo Parker —oímos que dice el

alcalde en voz alta, para que sus hombres oigan también el castigo—.

Todos ustedes lo harán. La privacidad es un privilegio reservado a aquellos

que se lo han ganado.

Prentiss ignora el «Sí, señor» que balbucea el cabo Parker, y se gira para

mantener una breve charla con el señor O’Hare y el señor Morgan, que

enseguida parten en direcciones opuestas a lomos de sus caballos. Luego

el alcalde se acerca a nosotros, sin decir nada, con el ceño fruncido.

Morpeth también mira con crueldad nuestras monturas. Rendíos, dice su

ruido. Rendíos. Rendíos. Tanto Trampa como Angharrad agachan la cabeza

y dan un paso atrás.

Todos los caballos están un poco locos.

—¿Quieres que vaya a por las zorras que hicieron esto, papá? —pregunta

Davy.

—Cuida tu lenguaje —le espeta el alcalde—. Tú y Todd tenéis trabajo

que hacer.

Davy me dirige una mirada de soslayo y estira la pierna. Lleva la parte

inferior enyesada.

—¿Papá? Por si no te habías dado cuenta—dice—, apenas puedo

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