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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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Me miro el hombro.

—Creo que me he roto el brazo.

—Y yo creo que me he roto la pierna —dice Davy—, pero ahora ve a

contárselo a mi padre. Dile lo que ha pasado. Dile que te he salvado la vida.

No me está mirando, sigue disparando sin parar, mantiene el equilibrio de

un modo extraño.

—Davy…

—¡Ve! —ordena, con una alegría siniestra—. Yo aquí tengo trabajo. —

Vuelve a disparar. Cae otro zulaque. Caen por todas partes.

Doy un paso hacia la puerta. Y otro más.

Y entonces echo a correr.

Me palpita el brazo a cada paso que doy, pero Angharrad dice chico potro

cuando la alcanzo y me husmea el rostro con el morro húmedo. Se arrodilla

para que pueda encaramarme a la silla. Al salir a la carretera, espera a que

esté bien erguido antes de lanzarse al galope más veloz que haya visto

nunca en ella. Yo me sujeto a la crin con una mano, llevo el brazo herido

doblado debajo de mi ropa e intento no vomitar por el dolor.

Ahora levanto la vista y veo que las mujeres me miran pasar desde sus

ventanas, silenciosas y distantes. Veo a los hombres que observan el paso

del caballo, que miran mi rostro ensangrentado y herido.

Y me pregunto a quién creen que están viendo.

¿Están viendo a uno de ellos?

¿O están viendo a su enemigo?

¿Quién creen que soy?

Cierro los ojos, pero casi pierdo el equilibrio, de modo que vuelvo a

abrirlos.

Angharrad me lleva por una calle adyacente a la catedral, y los cascos

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