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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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segundos.

Cuando lo consigo, ya es demasiado tarde.

—¡Detente! —grito, levantándome como puedo.

Pero Davy cierra con violencia los alicates y el zulaque cae sobre la

hierba, emitiendo fuertes sonidos de ahogamiento, mientras su cabeza

adquiere un cruel tono rosado. El hijo del alcalde se cierne sobre él, sin

moverse, y se dispone a contemplar cómo muere ahogado.

Veo los alicates que ha dejado sobre la hierba y me precipito a cogerlos, y

luego corro hacia 0038. Davy intenta detenerme, pero yo le amenazo con los

alicates y él retrocede. Me arrodillo junto a 0038 e intento llegar a la cinta

metálica, pero Davy la ha retorcido con tanta fuerza y el zulaque se revuelca

tanto a causa de la asfixia que al final me veo obligado a inmovilizarlo de un

puñetazo.

Le quito la cinta. Un revoltijo de sangre y piel sale disparado. El zulaque

toma aire con tanta fuerza que resulta doloroso para los oídos, y me aparto

de él con los alicates todavía en la mano.

Mientras contemplo cómo lucha por volver a respirar, cosa que

probablemente no conseguirá, Davy se abalanza sobre mí con otros alicates

en la mano, y advierto entonces el chasqueo ensordecedor que se propaga

entre los zulaques, y es este instante, entre todos los instantes en los que

han sido humillados tantas veces, el que eligen para atacar.

El primer puñetazo me roza ligeramente la coronilla. Son delgados y ligeros y

el golpe no lleva demasiado impulso.

Pero son mil quinientos.

Y atacan formando una enorme oleada, tan espesa que es como si te

sumergieran en el agua…

Más puños, más golpes, arañazos en el rostro y en la nuca, y vuelvo a

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