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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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Miro el paquete de cintas metálicas que estoy sujetando.

—Davy, esto es…

—Muévete, meón —responde, impaciente—. Hoy tenemos que llegar a

los doscientos.

Trago saliva. El primer zulaque de la fila también mira las cintas metálicas.

Creo que es una hembra; a veces se distinguen por el color del liquen que

les crece como ropa. También es más baja de lo habitual para ser una

zulaque. De mi misma altura, aproximadamente.

Y entonces pienso que, si no lo hago, si no soy quien les coloca las

cintas, irán a buscar a otro a quien no le importará hacerles daño. Para ellos

es mejor que sea yo, porque los trataré bien. Mucho mejor que si Davy se

encargara solo de este trabajo.

¿Verdad?

(¿verdad?)

—Ponle esa maldita cinta en su maldito brazo o nos pasaremos aquí toda

la maldita mañana —me ordena Davy.

Con un gesto, indico a la zulaque que extienda el brazo. Ella obedece,

mirándome a los ojos, sin pestañear. Vuelvo a tragar saliva. Desenvuelvo el

paquete de cintas y saco la que está marcada con el número 0001. Ella sigue

mirándome sin pestañear.

Le tomo la mano extendida.

La carne está caliente, más de lo que había esperado, por su aspecto tan

blanco y tan frío.

Le paso la cinta alrededor de la muñeca.

Noto el pulso que palpita bajo las yemas de mis dedos.

Sigue mirándome a los ojos.

—Lo siento —susurro.

Davy se acerca, agarra los extremos sueltos de las cintas con los alicates

y los retuerce con tal fuerza que la zulaque emite un silbido de dolor. Luego

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