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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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Me pasa un puñado de cintas de metal, unidas por una cinta más larga. Se

las quito de las manos.

Entonces reconozco lo que acabo de coger.

—No lo haremos —digo.

—Por supuesto que sí. —Sostiene otra herramienta, que también

reconozco.

Así es como marcábamos a las ovejas en Prentisstown. Agarras la

herramienta que sostiene Davy y sujetas una cinta de metal alrededor de la

pata de la oveja. La herramienta ajusta la pieza con fuerza, demasiada fuerza,

tanta fuerza que le traspasa la piel, tanta fuerza que provoca una infección.

Pero el metal está recubierto con una medicina para combatir esa infección,

de modo que la piel infectada empieza a curarse alrededor de la cinta

metálica, y esta acaba sustituyendo el trozo de piel.

Vuelvo a mirar a los zulaques, que no dejan de observarnos.

El problema es que si quitas la cinta metálica la herida no se cura. Si la

quitas, las ovejas se desangran hasta morir. Cuando te colocan esa cinta, la

llevas hasta que mueres. No hay vuelta atrás.

—Entonces solo tienes que pensar en ellos como si fueran ovejas —dice

Davy, que se ha levantado con los alicates en la mano y ya se dirige a los

zulaques—: ¡En fila!

—¡Iremos campo por campo! —grita, gesticulando a los zulaques con los

alicates en una mano y la pistola en la otra. Los soldados apostados en los

muros de piedra apuntan al rebaño—. Cuando tengáis el número colocado,

permaneceréis en el campo asignado y no lo abandonaréis, ¿comprendido?

Y parecen comprender.

Ese es el problema.

Comprenden mucho más que las ovejas.

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