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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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Yo no podía hablar, apenas era capaz de llorar.

Nadie me miraba, ni las enfermeras ni las otras aprendices. Ni

siquiera la enfermera Coyle me miraba a los ojos.

«¿Qué creías que estabas haciendo? ¿Adónde creías que la

llevabas?»

Y entonces el alcalde Prentiss me convocó esta mañana a su

catedral, a su casa, a la casa de Dios.

Y entonces sí que no quisieron mirarme más.

—Lo siento, Viola —repite—. Algunos de los hombres de

Prentisstown, la vieja Prentisstown, siguen resentidos con las

mujeres por lo que sucedió hace tantos años.

Percibe mi expresión horrorizada.

—La historia que crees saber —dice— no es la historia verdadera.

Sigo mirándolo, boquiabierta. Él suspira.

—La guerra de los zulaques afectó también a Prentisstown, Viola,

y fue algo horrible, pero los hombres y las mujeres combatimos

codo con codo para salvarnos. —Coloca las yemas de los dedos en

un triángulo, con la voz todavía tranquila, todavía afable—. Sin

embargo, hubo divisiones en nuestro pequeño puesto fronterizo, a

pesar de la victoria. Divisiones entre hombres y mujeres.

—Apuesto a que sí.

—Crearon su propio ejército. Se escindieron, no confiaban en los

hombres a los que podían leer los pensamientos. Tratamos de

razonar con ellas, pero, finalmente, quisieron la guerra. Y vaya si la

tuvieron.

Se endereza en la silla, me mira con tristeza.

—Un ejército de mujeres sigue siendo un ejército armado, sigue

siendo un ejército capaz de derrotarte.

Me oigo respirar a mí misma.

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