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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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desde lo alto de la torre.

Llevan las mangas más largas y las faldas más largas que antes y las

cuatro llevan el pelo recogido detrás de la nuca de la misma manera. Miran

nerviosas a los soldados que se alinean en la calle, a mí y a Davy también, y

todos observamos cómo descienden por los peldaños de la tienda.

Y una vez más vuelve el silencio, una vez más el tirón en el pecho y tengo

que limpiarme los ojos después de asegurarme de que Davy no me está

mirando.

Porque ninguna de ellas es ella.

—Es tarde para ellas —comenta Davy, en una voz tan baja que adivino

que él también lleva semanas sin ver a una mujer—. Tienen órdenes de estar

en sus casas mucho antes de la puesta de sol.

Volvemos la cabeza y las vemos pasar de largo, agarradas a sus paquetes,

y bajar por la calle en dirección al Barrio de las Mujeres, y se me encoge el

pecho y se me hace un nudo en la garganta.

Porque ninguna de ellas es ella.

Y me doy cuenta…

Me doy cuenta, otra vez, de cuánto…

Y mi ruido se enturbia.

El alcalde Prentiss la utiliza para controlarme.

Oh.

El más idiota se habría dado cuenta. Si no obedezco lo que me dicen, la

matarán. Si intento huir, la matarán. Si le hago algo a Davy, la matarán.

Si es que no está muerta ya.

Mi ruido se vuelve más negro.

No.

«No», pienso.

Porque es posible que no lo esté.

Es posible que esté ahí fuera, en esta misma calle, en otro grupo de

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