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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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—Hola, chica —susurro a Angharrad cuando la ensillo al final de la

jornada.

Cada vez se me da mejor montarla, se me da mejor hablar con ella, se me

da mejor interpretar su humor. Estoy menos nervioso cuando estoy sobre

su lomo y ella está menos nerviosa cuando me tiene encima. Esta mañana,

después de darle una manzana, me ha pasado los dientes por el pelo, como

si yo fuera otro caballo.

Chico potro, dice cuando la monto, y Davy y yo emprendemos el

trayecto de vuelta a la ciudad.

—Angharrad —digo, inclinándome entre sus orejas, porque eso es lo

que les gusta a los caballos, al parecer, recordatorios constantes de que

sigues ahí, recordatorios constantes de que continúan perteneciendo al

rebaño.

Lo que más detesta un caballo es estar solo.

Chico potro, repite Angharrad.

—Angharrad —respondo.

—Por el amor de Dios, meón —se queja Davy—, ¿por qué no te casas

con la maldita…? —Se interrumpe—. Maldita sea —dice, y su voz se

convierte de repente en un susurro—, ¿has visto eso?

Levanto la vista.

Unas mujeres salen de una tienda.

Son cuatro, van juntas en grupo. Sabíamos que las estaban dejando salir,

pero siempre en horas diurnas, siempre mientras Davy y yo estamos en el

monasterio, de modo que siempre regresamos a una ciudad de hombres,

como si las mujeres no fueran más que fantasmas y rumores.

Hacía siglos que no veía una, a no ser que fuera detrás de una ventana o

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