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La pregunta y la respuesta - Patrick Ness

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las dos más capacitadas de todo el edificio, tal vez incluso de todo

Puerto. Raras veces veo a las otras, excepto cuando siguen a alguna

de las sanadoras, con los estetoscopios en la mano y las batas

blancas al viento buscando algo que hacer.

Porque lo cierto es que, a medida que pasan los días y la ciudad

sigue su curso más allá de nuestras puertas, la mayoría de las

pacientes se está recuperando y no llega ninguna nueva. Todos los

pacientes masculinos fueron trasladados la primera noche, según

me contó Maddy, tanto si podían viajar como si no, y no han traído a

ninguna mujer nueva, a pesar de que una invasión y una rendición

no son impedimentos para enfermar.

Esta circunstancia preocupa a la enfermera Coyle.

—Es que si no puede sanar no es nadie —explica Corinne,

ajustándome la goma elástica alrededor del brazo con demasiada

fuerza—. Antes solía recorrer todos los sanatorios, no solo este.

Todo el mundo la conocía, todo el mundo la respetaba. Durante un

tiempo, llegó a ser presidenta del Consejo Municipal.

Parpadeo.

—¿Gobernaba ella?

—Años atrás. No te muevas. —Me inyecta la aguja en el brazo

con más fuerza de la necesaria—. Suele decir que gobernar consiste

en conseguir que la gente a la que quieres te odie un poco más

cada día. —Me mira a los ojos—. Y yo estoy totalmente de acuerdo.

—¿Y qué ocurrió? —pregunto—. ¿Por qué lo dejó?

—Cometió un error —responde Corinne con delicadeza—.

Algunas personas que no la apreciaban se aprovecharon de ello.

—¿Qué clase de error?

La mueca de preocupación permanente crece todavía más.

—Salvó la vida de alguien —dice, y suelta la goma elástica con

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