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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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La Independencia hispanoamericana, como la historia entera de nuestros

pueblos, es un hecho ambiguo y de difícil interpretación porque, una vez

más, las ideas enmascaran a la realidad en lugar de desnudarla o expresarla.

Los grupos y clases que realizan la Independencia en Suramérica

pertenecían a la aristocracia feudal nativa; eran los descendientes de los

colonos españoles, colocados en situación de inferioridad frente a los

peninsulares. La Metrópoli, empeñada en una política proteccionista, por

una parte impedía el libre comercio de las colonias y obstruía su desarrollo

económico y social por medio de trabas administrativas y políticas; por la

otra, cerraba el paso a los «criollos» que con toda justicia deseaban ingresar

a los altos empleos y a la dirección del Estado. Así pues, la lucha por la

Independencia tendía a liberar a los «criollos» de la momificada burocracia

peninsular aunque, en realidad, no se proponía cambiar la estructura social

de las colonias. Cierto, los programas y el lenguaje de los caudillos de la

Independencia recuerdan al de los revolucionarios de la época. Eran

sinceros, sin duda. Aquel lenguaje era «moderno», eco de los

revolucionarios franceses y, sobre todo, de las ideas de la Independencia

norteamericana. Pero en la América sajona esas ideas expresaban realmente

a grupos que se proponían transformar el país conforme a una nueva

filosofía política. Y aun más: con esos principios no intentaban cambiar un

estado de cosas por otro sino, diferencia radical, crear una nueva nación. En

efecto: los Estados Unidos son, en la historia del siglo XIX, una novedad

mundial, una sociedad que crece y se extiende naturalmente. Entre nosotros,

en cambio, una vez consumada la Independencia las clases dirigentes se

consolidan como las herederas del viejo orden español. Rompen con España

pero se muestran incapaces de crear una sociedad moderna. No podía ser de

otro modo, ya que los grupos que encabezaron el movimiento de

Independencia no constituían nuevas fuerzas sociales, sino la prolongación

del sistema feudal. La novedad de las nuevas naciones hispanoamericanas

es engañosa; en verdad se trata de sociedades en decadencia o en forzada

inmovilidad, supervivencias y fragmentos de un todo deshecho. El Imperio

español se dividió en una multitud de Repúblicas por obra de las oligarquías

nativas, que en todos los casos favorecieron o impulsaron el proceso de

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