El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_
tradición. La inteligencia no les proporciona ningún placer; es un armapeligrosa: sirve para derrotar a los enemigos pero también puede hacernosperder el alma. La solitaria figura de Sor Juana se aísla más en ese mundohecho de afirmaciones y negaciones, que ignora el valor de la duda y delexamen.La Respuesta no es sólo un autorretrato sino la defensa de un espíritusiempre adolescente, siempre ávido e irónico, apasionado y reticente. Sudoble soledad, de mujer y de intelectual, condensa un conflicto tambiéndoble: el de su sociedad y el de su feminidad. La respuesta a Sor Filotea esuna defensa de la mujer. Hacer ésa defensa y atreverse a proclamar suafición por el pensamiento desinteresado, la hacen una figura moderna. Sien su afirmación del valor de la experiencia no es ilusorio ver una instintivareacción contra el pensamiento tradicional de España, en su concepción delconocimiento —que no confunde con la erudición, ni identifica con lareligión— hay una implícita defensa de la conciencia intelectual. Todo lalleva a concebir el mundo como un problema o como un enigma más quecomo un sitio de salvación o perdición. Y esto da a su pensamiento unaoriginalidad que merecía algo más que los elogios de sus contemporáneos oque los reproches de su confesor y que aún en nuestros días solicita unjuicio más hondo y un examen más arriesgado.«¿Cómo es posible que sonidos tan preñados de futuro salgan de prontode un convento de monjas mexicanas?», se pregunta Vossler. Y se responde:«su curiosidad por la mitología antigua y por la física moderna, porAristóteles y Harvey, por las ideas de Platón y la linterna mágica deKircher… no hubiera prosperado en las universidades pedantes ytemerosamente dogmáticas de la Vieja España». Tampoco prosperó enMéxico mucho tiempo. Después de los motines de 1692 la vida intelectualse oscurece rápidamente. Sigüenza y Góngora abandona bruscamente susaficiones históricas y arqueológicas. Sor Juana renuncia a sus libros ymuere poco después. La crisis social, hace notar Vossler, coincide con la delos espíritus.Pese al brillo de su vida, al patetismo de su muerte, y a la admirablegeometría que preside sus mejores creaciones poéticas, hay en la vida y en
la obra de Sor Juana algo irrealizado y deshecho. Se advierte la melancolíade un espíritu que no logró nunca hacerse perdonar su atrevimiento y sucondición de mujer. Ni su época le ofrecía los alimentos intelectuales que suavidez necesitaba, ni ella pudo —¿y quién?— crearse un mundo de ideascon las que vivir a solas. Siempre fue muy viva en ella la conciencia de susingularidad: «¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofía de cocina?»,pregunta con una sonrisa. Pero le duele la herida: «¿Quién no creerá, viendotan generales aplausos, que he navegado viento en popa sobre las palmas delas aclamaciones comunes?». Sor Juana es una figura de soledad. Indecisa ysonriente se mueve entre dos luces, consciente de la dualidad de sucondición y de lo imposible de su empeño. Es muy frecuente escucharreproches contra hombres que han estado por debajo de su destino, ¿cómono lamentarse por la suerte de una mujer que estuvo por encima de susociedad y de su cultura?Su imagen es la de una solitaria melancólica que sonríe y calla. Elsilencio, dice ella misma en alguna parte, está poblado de voces. ¿Y qué nosdice su silencio? Si en la obra de Sor Juana la sociedad colonial se expresay afirma, en su silencio esa misma sociedad se condena. La experiencia deSor Juana, que acaba en silencio y abdicación, completa así el examen delorden colonial. Mundo abierto a la participación y, por lo tanto, ordencultural vivo, sí, pero implacablemente cerrado a toda expresión personal, atoda aventura. Mundo cerrado al futuro. Para ser nosotros mismos, tuvimosque romper con ese orden sin salida, aun a riesgo de quedarnos en laorfandad. El siglo XIX será el siglo de la ruptura y, al mismo tiempo, el de latentativa por crear nuevos lazos con otra tradición, si más lejana, no menosuniversal que la que nos ofreció la Iglesia católica: la del racionalismoeuropeo.
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la obra de Sor Juana algo irrealizado y deshecho. Se advierte la melancolía
de un espíritu que no logró nunca hacerse perdonar su atrevimiento y su
condición de mujer. Ni su época le ofrecía los alimentos intelectuales que su
avidez necesitaba, ni ella pudo —¿y quién?— crearse un mundo de ideas
con las que vivir a solas. Siempre fue muy viva en ella la conciencia de su
singularidad: «¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofía de cocina?»,
pregunta con una sonrisa. Pero le duele la herida: «¿Quién no creerá, viendo
tan generales aplausos, que he navegado viento en popa sobre las palmas de
las aclamaciones comunes?». Sor Juana es una figura de soledad. Indecisa y
sonriente se mueve entre dos luces, consciente de la dualidad de su
condición y de lo imposible de su empeño. Es muy frecuente escuchar
reproches contra hombres que han estado por debajo de su destino, ¿cómo
no lamentarse por la suerte de una mujer que estuvo por encima de su
sociedad y de su cultura?
Su imagen es la de una solitaria melancólica que sonríe y calla. El
silencio, dice ella misma en alguna parte, está poblado de voces. ¿Y qué nos
dice su silencio? Si en la obra de Sor Juana la sociedad colonial se expresa
y afirma, en su silencio esa misma sociedad se condena. La experiencia de
Sor Juana, que acaba en silencio y abdicación, completa así el examen del
orden colonial. Mundo abierto a la participación y, por lo tanto, orden
cultural vivo, sí, pero implacablemente cerrado a toda expresión personal, a
toda aventura. Mundo cerrado al futuro. Para ser nosotros mismos, tuvimos
que romper con ese orden sin salida, aun a riesgo de quedarnos en la
orfandad. El siglo XIX será el siglo de la ruptura y, al mismo tiempo, el de la
tentativa por crear nuevos lazos con otra tradición, si más lejana, no menos
universal que la que nos ofreció la Iglesia católica: la del racionalismo
europeo.