El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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01.01.2023 Views

Soledades cuenta poco; la sustancia filosófica —si existe alguna— importamenos. Todo es pretexto para descripciones y digresiones. Y cada una deellas se disuelve, a su vez, en imágenes, antítesis y figuras retóricas. Si algocamina en el poema de Góngora, no es precisamente el náufrago, ni supensamiento, sino la imaginación del poeta. Pues, como él mismo dice en elprólogo, sus versos «pasos de un peregrino son errante». Y éste sonperegrino, este peregrino que canta, se detiene en una palabra o en un color,lo acaricia y lo prolonga y hace de cada período una imagen y de cadaimagen un mundo. El discurso poético fluye lento, se bifurca en «paréntesisfrondosos», que son islas esbeltas, y continúa errante entre paisajes,sombras, luces, realidades que redime e inmoviliza. La poesía es goce puro,recreación artificial de una naturaleza ideal, según indica Dámaso Alonso.Así, no hay conflicto entre sustancia y forma, porque Góngora vuelve todoforma, todo superficie cristalina o trémula, tersa o undosa.Sor Juana utiliza el procedimiento de Góngora, pero acomete un poemafilosófico. Quiere penetrar en la realidad, no transmutarla en deliciosasuperficie. Las oscuridades del poema son dobles: las sintácticas ymitológicas y las conceptuales. El poema, dice Alfonso Reyes, es unatentativa por llegar «a una poesía de pura emoción intelectual». La visiónque nos entrega el Primer Sueño es la del sueño de la noche universal, en laque el mundo y el hombre sueñan y son soñados. Cosmos que se sueñahasta cuando sueña que despierta. Nada más alejado de la noche carnal yespiritual de los místicos que esta noche intelectual. El poema de Sor Juanano tiene antecedentes en la poesía de la lengua española y, como insinúaVossler, prefigura el movimiento poético de la Ilustración alemana. Pero elPrimer Sueño es un intento más que un logro, al contrario de lo que ocurrecon las Soledades, aunque su autor no las haya terminado. Y no podía serde otro modo, pues en el poema de Sor Juana, como en su vida misma, hayuna zona neutra, de vacío: la que produce el choque de las tendenciasopuestas que la devoraban y que no acertó a reconciliar.Sor Juana nos ha dejado un texto revelador, al mismo tiempodeclaración de fe en la inteligencia y renuncia a su ejercicio: la Respuesta aSor Filotea. Defensa del intelectual y de la mujer, la Respuesta es también

la historia de una vocación. Si se ha de hacer caso a sus confesiones, apenashubo ciencia que no la tentara. Su curiosidad no es la del hombre deciencias, sino la del hombre culto que aspira a integrar en una visióncoherente todas las particularidades del conocimiento. Presentía un ocultoengarce entre todas las verdades. Al referirse a la diversidad de susestudios, advierte que sus contradicciones son más aparentes que reales, «almenos en lo formal y especulativo». Las ciencias y las artes, por máscontrarias que sean, no sólo no estorban a la comprensión general de lanaturaleza, «sino la ayudan, dando luz y abriendo camino las unas a lasotras, por variaciones y ocultos enlaces… de manera que parece que secorresponden y están unidas en admirable trabazón y concierto»…Si no era mujer de ciencia, tampoco era un espíritu filosófico, porquecarecía del poder que abstrae. Su sed de conocimiento no está reñida con laironía y la versatilidad y en otros tiempos hubiera escrito ensayos y crítica.Así, no vive para una idea, ni crea ideas nuevas: vive las ideas, que son suatmósfera y su alimento natural. Es un intelectual: una conciencia. No esposible dudar de la sinceridad de sus sentimientos religioso, pero allí dondeun espíritu devoto encontraría pruebas de la presencia de Dios o de supoder, Sor Juana halla ocasión para formular hipótesis y preguntas. Aunquerepita con frecuencia que todo viene de Dios, busca siempre unaexplicación racional: «Estaban en mi presencia dos niñas jugando con untrompo y apenas yo vi el movimiento y la figura cuando empecé, con estami locura, a considerar el fácil motu de la forma esférica…».Contrastan estas declaraciones con las de los escritores españoles de laépoca —y aun con las de los escritores de las generaciones posteriores—.Para ninguno de ellos el mundo físico es un problema: aceptan la realidadtal cual es o la condenan. Fuera de la acción, no hay sino la contemplación,parece decirnos la literatura española de los Siglos de Oro. Entre aventura yrenuncia se mueve la vida histórica española. Ni Gracián ni Quevedo, parano hablar de los escritores religiosos, muestran interés por el conocimientoen sí. Desdeñan la curiosidad intelectual y todo su saber lo refieren a laconducta, a la moral o a la salvación. Estoicos o cristianos, como se hadicho, ignoran la actividad intelectual pura. Fausto es impensable en esa

la historia de una vocación. Si se ha de hacer caso a sus confesiones, apenas

hubo ciencia que no la tentara. Su curiosidad no es la del hombre de

ciencias, sino la del hombre culto que aspira a integrar en una visión

coherente todas las particularidades del conocimiento. Presentía un oculto

engarce entre todas las verdades. Al referirse a la diversidad de sus

estudios, advierte que sus contradicciones son más aparentes que reales, «al

menos en lo formal y especulativo». Las ciencias y las artes, por más

contrarias que sean, no sólo no estorban a la comprensión general de la

naturaleza, «sino la ayudan, dando luz y abriendo camino las unas a las

otras, por variaciones y ocultos enlaces… de manera que parece que se

corresponden y están unidas en admirable trabazón y concierto»…

Si no era mujer de ciencia, tampoco era un espíritu filosófico, porque

carecía del poder que abstrae. Su sed de conocimiento no está reñida con la

ironía y la versatilidad y en otros tiempos hubiera escrito ensayos y crítica.

Así, no vive para una idea, ni crea ideas nuevas: vive las ideas, que son su

atmósfera y su alimento natural. Es un intelectual: una conciencia. No es

posible dudar de la sinceridad de sus sentimientos religioso, pero allí donde

un espíritu devoto encontraría pruebas de la presencia de Dios o de su

poder, Sor Juana halla ocasión para formular hipótesis y preguntas. Aunque

repita con frecuencia que todo viene de Dios, busca siempre una

explicación racional: «Estaban en mi presencia dos niñas jugando con un

trompo y apenas yo vi el movimiento y la figura cuando empecé, con esta

mi locura, a considerar el fácil motu de la forma esférica…».

Contrastan estas declaraciones con las de los escritores españoles de la

época —y aun con las de los escritores de las generaciones posteriores—.

Para ninguno de ellos el mundo físico es un problema: aceptan la realidad

tal cual es o la condenan. Fuera de la acción, no hay sino la contemplación,

parece decirnos la literatura española de los Siglos de Oro. Entre aventura y

renuncia se mueve la vida histórica española. Ni Gracián ni Quevedo, para

no hablar de los escritores religiosos, muestran interés por el conocimiento

en sí. Desdeñan la curiosidad intelectual y todo su saber lo refieren a la

conducta, a la moral o a la salvación. Estoicos o cristianos, como se ha

dicho, ignoran la actividad intelectual pura. Fausto es impensable en esa

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