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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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visto la exterminación de sus clases dirigentes [6] , la destrucción de sus

templos y manuscritos y la supresión de las formas superiores de su cultura

pero, por razón misma de su decadencia europea, les niega toda posibilidad

de expresar su singularidad. Así, redujo la participación de los fieles a la

más elemental y pasiva de las actitudes religiosas. Pocos podían alcanzar

una comprensión más entera de sus nuevas creencias. Y la inmovilidad de

éstas, así como la del enmohecido aparato escolástico, hacía más difícil toda

participación creadora. Agréguese que el conjunto de los creyentes

descendía de las clases inferiores de la antigua sociedad. Por tal razón, eran

gente con una tradición cultural pobre (los depositarios del saber mágico y

religioso, guerreros y sacerdotes, habían sido exterminados o

españolizados). En suma, la creación religiosa estaba vedada a los creyentes

a consecuencia de las circunstancias que determinaban su participación. De

ahí la relativa infecundidad del catolicismo colonial, sobre todo si se

recuerda su fertilidad entre bárbaros y romanos, cristianizados en el

momento en que la religión era la única fuerza viva del mundo antiguo. No

es difícil, pues, que nuestra actitud antitradicional y la ambigüedad de

nuestra posición frente al catolicismo se originen en este hecho. Religión y

Tradición se nos han ofrecido siempre como formas muertas, inservibles,

que mutilan o asfixian nuestra singularidad. No es sorprendente, en estas

circunstancias, la persistencia del fondo precortesiano. El mexicano es un

ser religioso y su experiencia de lo Sagrado es muy verdadera, mas ¿quién

es su Dios: las antiguas divinidades de la tierra o Cristo? Una invocación

chamula, verdadera plegaria a pesar de la presencia de ciertos elementos

mágicos, responde con claridad a esta pregunta:

Santa tierra, santo cielo; Dios Señor, Dios hijo, Santa Tierra,

Santo cielo, santa gloria, hazte cargo de mí, represéntame; ve mi

trabajo, ve mi labor, ve mi sufrir. Gran Hombre, gran Señor, gran

padre, gran petome, gran espíritu de mujer, ayúdame. En tus manos

pongo el tributo; aquí está la reposición de su chulel. Por mi

incienso, por mis velas, espíritu de la luna, virgen madre del cielo,

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