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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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principios que rigen a la sociedad son inmutables e intocables. España no

inventa ya, ni descubre: se extiende, se defiende, se recrea. No quiere

cambiar, sino durar. Y otro tanto ocurre con sus posesiones ultramarinas.

Superada la primera época de borrascas y disturbios, la Colonia padece

crisis periódicas —como la que atraviesan Sigüenza y Góngora y Sor Juana

— pero ninguna de ellas toca las raíces del régimen o pone en tela de juicio

los principios en que se funda.

El mundo colonial era proyección de una sociedad que había ya

alcanzado su madurez y estabilidad en Europa. Su originalidad es escasa.

Nueva España no busca, ni inventa: aplica y adapta. Todas sus creaciones,

incluso la de su propio ser, son reflejos de las españolas. Y la permeabilidad

con que lentamente las formas hispánicas aceptan las modificaciones que

les impone la realidad novohispana, no niega el carácter conservador de la

Colonia. Las sociedades tradicionales, observa Ortega y Gasset, son

realistas: desconfían de los saltos bruscos pero cambian despacio,

aceptando las sugestiones de la realidad. La «Grandeza Mexicana» es la de

un sol inmóvil, mediodía prematuro que ya nada tiene que conquistar sino

su descomposición.

La especulación religiosa había cesado desde hacía siglos. La doctrina

estaba hecha y se trataba sobre todo de vivirla. La Iglesia se inmoviliza en

Europa, a la defensiva. La escolástica se defiende mal, como las pesadas

naves españolas, presa de las más ligeras de holandeses e ingleses. La

decadencia del catolicismo europeo coincide con su apogeo

hispanoamericano: se extiende en tierras nuevas en el momento en que ha

dejado de ser creador. Ofrece una filosofía hecha y una fe petrificada, de

modo que la originalidad de los nuevos creyentes no encuentra ocasión de

manifestarse. Su adhesión es pasiva. El fervor y la profundidad de la

religiosidad mexicana contrasta con la relativa pobreza de sus creaciones.

No poseemos una gran poesía religiosa, como no tenemos una filosofía

original, ni un solo místico o reformador de importancia. Esta situación

paradójica —y no por eso menos real— explica buena parte de nuestra

historia y es el origen de muchos de nuestros conflictos psíquicos. El

catolicismo ofrece un refugio a los descendientes de aquéllos que habían

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