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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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ultramar. Las colonias alcanzaron en poco tiempo una complejidad y

perfección que contrasta con el lento desarrollo de las fundadas por otros

países. La previa existencia de sociedades estables y maduras facilitó, sin

duda, la tarea de los españoles, pero es evidente la voluntad hispana de

crear un mundo a su imagen. En 1604, a menos de un siglo de la caída de

Tenochtitlán, Balbuena da a conocer la Grandeza Mexicana.

En resumen, se contemple la Conquista desde la perspectiva indígena o

desde la española, este acontecimiento es expresión de una voluntad

unitaria. A pesar de las contradicciones que la constituyen, la Conquista es

un hecho histórico destinado a crear una unidad de la pluralidad cultural y

política precortesiana. Frente a la variedad de razas, lenguas, tendencias y

Estados del mundo prehispánico, los españoles postulan un solo idioma,

una sola fe, un solo Señor. Si México nace en el siglo XVI, hay que convenir

que es hijo de una doble violencia imperial y unitaria: la de los aztecas y la

de los españoles.

El Imperio que funda Cortés sobre los restos de las viejas culturas

aborígenes era un organismo subsidiario, satélite del sol hispano. La suerte

de los indios pudo ser así la de tantos pueblos que ven humillada su cultura

nacional, sin que el nuevo orden —mera superposición tiránica— abra sus

puertas a la participación de los dominados. Pero el Estado fundado por los

españoles fue un orden abierto. Y esta circunstancia, así como las

modalidades de la participación de los vencidos en la actividad central de la

nueva sociedad: la religión, merecen un examen detenido. La historia de

México, y aun la de cada mexicano, arranca precisamente de esa situación.

Así pues, el estudio del orden colonial es imprescindible. La determinación

de las notas más salientes de la religiosidad colonial —sea en sus

manifestaciones populares o en las de sus espíritus más representativos—

nos mostrará el sentido de nuestra cultura y el origen de muchos de nuestros

conflictos posteriores.

LA PRESTEZZA con que el Estado español —eliminando ambiciones de

encomenderos, infidelidades de oidores y rivalidades de toda índole—

recrea las nuevas posesiones a imagen y semejanza de la Metrópoli, es tan

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