El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_
disfrazando su verdadera naturaleza. ¿Y no es extraordinario que,desaparecidas las causas, persistan los efectos? ¿Y que los efectos oculten alas causas? En esta esfera es imposible escindir causas y efectos. Enrealidad, no hay causas y efectos, sino un complejo de reacciones ytendencias que se penetran mutuamente. La persistencia de ciertas actitudesy la libertad e independencia que asumen frente a las causas que lasoriginaron, conduce a estudiarlas en la carne viva del presente y no en lostextos históricos.En suma, la historia podrá esclarecer el origen de muchos de nuestrosfantasmas, pero no los disipará. Sólo nosotros podemos enfrentarnos a ellos.O dicho de otro modo: la historia nos ayuda a comprender ciertos rasgos denuestro carácter, a condición de que seamos capaces de aislarlos ydenunciarlos previamente. Nosotros somos los únicos que podemoscontestar a las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro propio ser.EN NUESTRO lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas,secretas, sin contenido claro, y a cuya mágica ambigüedad confiamos laexpresión de las más brutales o sutiles de nuestras emociones y reacciones.Palabras malditas, que sólo pronunciamos en voz alta cuando no somosdueños de nosotros mismos. Confusamente reflejan nuestra intimidad: lasexplosiones de nuestra vitalidad las iluminan y las depresiones de nuestroánimo las oscurecen. Lenguaje sagrado, como el de los niños, la poesía ylas sectas. Cada letra y cada sílaba están animadas de una vida doble, almismo tiempo luminosa y oscura, que nos revela y oculta. Palabras que nodicen nada y dicen todo. Los adolescentes, cuando quieren presumir dehombres, las pronuncian con voz ronca. Las repiten las señoras, ya parasignificar su libertad de espíritu, ya para mostrar la verdad de sussentimientos. Pues estas palabras son definitivas, categóricas, a pesar de suambigüedad y de la facilidad con que varía su significado. Son las malaspalabras, único lenguaje vivo en un mundo de vocablos anémicos. Lapoesía al alcance de todos.Cada país tiene la suya. En la nuestra, en sus breves y desgarradas,agresivas, chispeantes sílabas, parecidas a la momentánea luz que arroja el
cuchillo cuando se le descarga contra un cuerpo opaco y duro, se condensantodos nuestros apetitos, nuestras iras, nuestros entusiasmos y los anhelosque pelean en nuestro fondo, inexpresados. Esa palabra es nuestro santo yseña. Por ella y en ella nos reconocemos entre extraños y a ella acudimoscada vez que aflora a nuestros labios la condición de nuestro ser. Conocerla,usarla, arrojándola al aire como un juguete vistoso o haciéndola vibrarcomo un arma afilada, es una manera de afirmar nuestra mexicanidad.Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase quenos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan aexaltar nuestra condición de mexicanos: ¡Viva México, hijos de laChingada! Verdadero grito de guerra, cargado de una electricidad particular,esta frase es un reto y una afirmación, un disparo, dirigido contra unenemigo imaginario, y una explosión en el aire. Nuevamente, con ciertapatética y plástica fatalidad, se presenta la imagen del cohete que sube alcielo, se dispersa en chispas y cae oscuramente. O la del aullido en queterminan nuestras canciones, y que posee la misma ambigua resonancia:alegría rencorosa, desgarrada afirmación que se abre el pecho y se consumea sí misma.Con ese grito, que es de rigor gritar cada 15 de septiembre, aniversariode la Independencia, nos afirmamos y afirmamos a nuestra patria, frente,contra y a pesar de los demás. ¿Y quiénes son los demás? Los demás sonlos «hijos de la chingada»: los extranjeros, los malos mexicanos, nuestrosenemigos, nuestros rivales. En todo caso, los «otros». Esto es, todosaquéllos que no son lo que nosotros somos. Y esos otros no se definen sinoen cuanto hijos de una madre tan indeterminada y vaga como ellos mismos.¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la Madre. No una Madre de carney hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representacionesmexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la «sufrida madremexicana» que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que hasufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícitaen el verbo que le da nombre. Vale la pena detenerse en el significado deesta voz.
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cuchillo cuando se le descarga contra un cuerpo opaco y duro, se condensan
todos nuestros apetitos, nuestras iras, nuestros entusiasmos y los anhelos
que pelean en nuestro fondo, inexpresados. Esa palabra es nuestro santo y
seña. Por ella y en ella nos reconocemos entre extraños y a ella acudimos
cada vez que aflora a nuestros labios la condición de nuestro ser. Conocerla,
usarla, arrojándola al aire como un juguete vistoso o haciéndola vibrar
como un arma afilada, es una manera de afirmar nuestra mexicanidad.
Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase que
nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan a
exaltar nuestra condición de mexicanos: ¡Viva México, hijos de la
Chingada! Verdadero grito de guerra, cargado de una electricidad particular,
esta frase es un reto y una afirmación, un disparo, dirigido contra un
enemigo imaginario, y una explosión en el aire. Nuevamente, con cierta
patética y plástica fatalidad, se presenta la imagen del cohete que sube al
cielo, se dispersa en chispas y cae oscuramente. O la del aullido en que
terminan nuestras canciones, y que posee la misma ambigua resonancia:
alegría rencorosa, desgarrada afirmación que se abre el pecho y se consume
a sí misma.
Con ese grito, que es de rigor gritar cada 15 de septiembre, aniversario
de la Independencia, nos afirmamos y afirmamos a nuestra patria, frente,
contra y a pesar de los demás. ¿Y quiénes son los demás? Los demás son
los «hijos de la chingada»: los extranjeros, los malos mexicanos, nuestros
enemigos, nuestros rivales. En todo caso, los «otros». Esto es, todos
aquéllos que no son lo que nosotros somos. Y esos otros no se definen sino
en cuanto hijos de una madre tan indeterminada y vaga como ellos mismos.
¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la Madre. No una Madre de carne
y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones
mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la «sufrida madre
mexicana» que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha
sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita
en el verbo que le da nombre. Vale la pena detenerse en el significado de
esta voz.