El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_
mismo tiempo, en la medida en que es una obra de literatura, se haconvertido a su vez en otro mito.En un artículo de la revista Esprit, Lévi-Strauss escribía que ocurría que unmito «s’exténue sans pour autant disparaitre. Deux voies restent encorelibres; celle de l’élaboration romanesque et celle du remploi aux fins delégitimation historique». ¿Cree usted, como Lévi-Strauss, que los mitosdegeneran y mueren?¿No se han convertido los mitos mexicanos en partes de programaspolíticos o en obras intelectuales?Creo que los mitos, como todo lo que está vivo, nacen, degeneran,mueren. También creo que los mitos resucitan. Pero hay algo en lo que noestoy de acuerdo con Lévi-Strauss. Me extiendo sobre esta divergencia en elensayo que escribí sobre él. Para Lévi-Strauss hay una diferencia esencialentre la poesía y el mito: el mito se puede traducir y la poesía esintraducibie. Creo lo contrario: creo que el mito y la poesía son traducibles,pero que la traducción implica transmutación o resurrección. Un poema deBaudelaire traducido al español es otro poema y es el mismo poema. Ocurrelo mismo con los mitos: las antiguas diosas precolombinas renacen en laVirgen de Guadalupe, que es su traducción al cristianismo de NuevaEspaña. Los criollos traducen la Virgen de Guadalupe —virgen española—al contexto mexicano. Doble traducción de mitología hispánica e india. LaVirgen de Guadalupe es uno de los pocos mitos vivos de México. Asistimostodos los días a su resurrección en la sensibilidad popular. El caso deQuetzalcóatl —también examinado por su compatriota Jacques Lafaye— esmuy distinto. Ahí sí, como piensa Lévi-Strauss, el mito se ha transformadoen política y literatura. El mito literario de Quetzalcóatl —la novela, elpoema, el teatro— ha sido más bien desafortunado. Lo mejor fue Laserpiente emplumada de Lawrence, un libro desigual, brillante ydeshilvanado. Como mito político, Quetzalcóatl ha tenido más suerte:muchos de nuestros héroes no son, para la imaginación popular, sinotraducciones de Quetzalcóatl. Traducciones inconscientes. Es significativoporque el tema del mito de Quetzalcóatl —y el de todos sus sucesores, de
Hidalgo a Carranza— es el de la legitimación del poder. Fue la obsesiónazteca, fue la de los criollos novohispanos y es la del PRI.En el fondo de la psiquis mexicana hay realidades recubiertas por lahistoria y por la vida moderna. Realidades ocultas pero presentes. Unejemplo es nuestra imagen de la autoridad política. Es evidente que en ellahay elementos precolombinos y también restos de creencias hispánicas,mediterráneas y musulmanas. Detrás del respeto al Señor Presidente está laimagen tradicional del Padre. La familia es una realidad muy poderosa. Esel hogar en el sentido original de la palabra: centro y reunión de los vivos ylos muertos, a un tiempo altar, cama donde se hace el amor, fogón donde secocina, ceniza que entierra a los antepasados. La familia mexicana haatravesado casi indemne varios siglos de calamidades y sólo hasta ahoracomienza a desintegrarse en las ciudades. La familia ha dado a losmexicanos sus creencias, valores y conceptos sobre la vida y la muerte, lobueno y lo malo, lo masculino y lo femenino, lo bonito y lo feo, lo que sedebe hacer y lo indebido. En el centro de la familia: el padre. La figura delpadre se bifurca en la dualidad de patriarca y de macho. El patriarcaprotege, es bueno, poderoso, sabio. El macho es el hombre terrible, elchingón, el padre que se ha ido, que ha abandonado mujer e hijos. Laimagen de la autoridad mexicana se inspira en estos dos extremos: el SeñorPresidente y el Caudillo.La imagen del Caudillo no es mexicana únicamente sino española ehispanoamericana. Tal vez es de origen árabe. El mundo islámico se hacaracterizado por su incapacidad para crear sistemas estables de gobierno,es decir, no ha instituido una legitimidad suprapersonal. El remedio contrala inestabilidad han sido y son los jefes, los caudillos. En América Latina,continente inestable, los caudillos nacen con la Independencia; en nuestrosdías se llaman Perón, Castro y, en México, Díaz, Carranza, Obregón,Calles. El caudillo es heroico, épico: es el hombre que está más allá de laley, que crea la ley. El Presidente es el hombre de la ley: su poder esinstitucional. Los presidentes mexicanos son dictadores constitucionales, nocaudillos. Tienen poder mientras son presidentes, y su poder es casiabsoluto, casi sagrado. Pero deben su poder a la investidura. En el caso de
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Hidalgo a Carranza— es el de la legitimación del poder. Fue la obsesión
azteca, fue la de los criollos novohispanos y es la del PRI.
En el fondo de la psiquis mexicana hay realidades recubiertas por la
historia y por la vida moderna. Realidades ocultas pero presentes. Un
ejemplo es nuestra imagen de la autoridad política. Es evidente que en ella
hay elementos precolombinos y también restos de creencias hispánicas,
mediterráneas y musulmanas. Detrás del respeto al Señor Presidente está la
imagen tradicional del Padre. La familia es una realidad muy poderosa. Es
el hogar en el sentido original de la palabra: centro y reunión de los vivos y
los muertos, a un tiempo altar, cama donde se hace el amor, fogón donde se
cocina, ceniza que entierra a los antepasados. La familia mexicana ha
atravesado casi indemne varios siglos de calamidades y sólo hasta ahora
comienza a desintegrarse en las ciudades. La familia ha dado a los
mexicanos sus creencias, valores y conceptos sobre la vida y la muerte, lo
bueno y lo malo, lo masculino y lo femenino, lo bonito y lo feo, lo que se
debe hacer y lo indebido. En el centro de la familia: el padre. La figura del
padre se bifurca en la dualidad de patriarca y de macho. El patriarca
protege, es bueno, poderoso, sabio. El macho es el hombre terrible, el
chingón, el padre que se ha ido, que ha abandonado mujer e hijos. La
imagen de la autoridad mexicana se inspira en estos dos extremos: el Señor
Presidente y el Caudillo.
La imagen del Caudillo no es mexicana únicamente sino española e
hispanoamericana. Tal vez es de origen árabe. El mundo islámico se ha
caracterizado por su incapacidad para crear sistemas estables de gobierno,
es decir, no ha instituido una legitimidad suprapersonal. El remedio contra
la inestabilidad han sido y son los jefes, los caudillos. En América Latina,
continente inestable, los caudillos nacen con la Independencia; en nuestros
días se llaman Perón, Castro y, en México, Díaz, Carranza, Obregón,
Calles. El caudillo es heroico, épico: es el hombre que está más allá de la
ley, que crea la ley. El Presidente es el hombre de la ley: su poder es
institucional. Los presidentes mexicanos son dictadores constitucionales, no
caudillos. Tienen poder mientras son presidentes, y su poder es casi
absoluto, casi sagrado. Pero deben su poder a la investidura. En el caso de