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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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Más bien de un modo negativo. Mucha gente se indignó; se pensó que

era un libro en contra de México. Un poeta me dijo algo bastante divertido:

que yo había escrito una elegante mentada de madre contra los mexicanos.

¿Cómo se situaba el libro en relación con la obra de Samuel Ramos y con

la producción de lo que se podría llamar la escuela de José Gaos?

Este tipo de reflexión sobre los países es tan viejo como la cultura

moderna. En Francia, en el siglo pasado, hubo algunos ensayos importantes

en este aspecto. En nuestra lengua, la generación española del 98 inició el

género. En la Argentina, el ensayo de Ezequiel Martínez Estrada. Cuando

escribí El laberinto de la soledad no lo había leído; en cambio, sí había

leído dos o tres ensayos breves de Borges en los que tocaba, con gracia y

rigor, aspectos del carácter y del lenguaje de los argentinos. En México la

reflexión sobre estos asuntos comenzó con Samuel Ramos. Las

observaciones de Ramos fueron sobre todo de orden psicológico. Estaba

muy influido por Adler, el psicólogo alemán, discípulo más o menos

heterodoxo de Freud. El centro de su descripción era el llamado «complejo

de inferioridad» y su compensación: el machismo. Su explicación no era

enteramente falsa pero era limitada y terriblemente dependiente de los

modelos psicológicos de Adler.

Después de Ramos, por la influencia del filósofo español Gaos, se

insistió mucho en la historia de las ideas. Salieron varios libros, uno de

O’Gorman sobre la historia de la idea del descubrimiento de América, otro

de ZZea acerca del positivismo en México. Este último me interesó

particularmente, pues analizaba un periodo decisivo para el México

contemporáneo. Cuando apareció ese libro, publiqué un artículo en Sur de

Buenos Aires en el que hacía ciertas reservas críticas. El libro es un examen

excelente de la función histórica del positivismo en México y explica cómo

esta filosofía fue adoptada por las clases dominantes. Lo mismo en Europa

que entre nosotros, el positivismo fue una filosofía destinada a justificar el

orden social imperante. Pero —y en esto reside mi crítica— al cruzar el mar

el positivismo cambió de naturaleza. Allá el orden social era el de la

sociedad burguesa: democracia, libre discusión, técnica, ciencia, industria,

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