El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_
incendio de los hunos blancos; más bien, incluso por el esplendor de suciudad y el carácter litúrgico y grandioso de sus matanzas, los mexicasrecuerdan a los asirios, que fueron también herederos de una altacivilización y que mostraron igual predilección por la pirámide trunca(zigurat). No obstante, los asirios no eran teólogos. En realidad, los émulosde los aztecas no están en Asia sino en Occidente, pues sólo entre nosotrosla alianza entre política y razón metafísica ha sido tan íntima, exasperada ymortífera: las inquisiciones, las guerras de religión y, sobre todo, lassociedades totalitarias del siglo XX. A reserva de ofrecer, más adelante, unahipótesis que explique la singular seducción que nos ha impedidocontemplar con objetividad el mundo azteca, aclaro que no pretendo que sele juzgue y menos aún que se le condene. México-Tenochtitlan hadesaparecido y ante su cuerpo caído lo que me preocupa no es un problemade interpretación histórica sino que no podamos contemplar frente a frenteal muerto: su fantasma nos habita. Por eso creo que la crítica de México yde su historia —una crítica que se asemeja a la terapéutica de lospsicoanalistas— debe iniciarse por un examen de lo que significó ysignifica todavía la visión azteca del mundo. La imagen de México comouna pirámide es un punto de vista entre otros igualmente posibles: el puntode vista de aquél que está en la plataforma que la corona. Es el punto devista de los antiguos dioses y de sus servidores, los señores pontíficesaztecas. Asimismo es el de sus herederos y sucesores: Virreyes, AltezasSerenísimas y Señores Presidentes. Y hay algo más: es el punto de vista dela inmensa mayoría, las víctimas aplastadas por la pirámide o sacrificadasen su plataforma-santuario. La crítica de México comienza por la crítica dela pirámide.El segundo periodo de Mesoamérica estuvo marcado por Tula yMéxico-Tenochtitlan. Ambos Estados pesaron sobre los otros pueblos comoesos gigantescos guerreros de piedra que los arqueólogos han desenterradoen la primera de esas ciudades. Repeticiones, ampliaciones, obras inmensas,grandeza inhumana —nada comparable al gran periodo creador—. Pero loque me interesa destacar es la extraña relación de los aztecas con latradición mesoamericana. Es sabido que ignoraban todo o casi todo de las
grandes «teocracias» que habían precedido a Tula. Confieso que esaignorancia me estremece: es la misma de los europeos de los siglos oscurosante la antigüedad grecorromana, la misma que sufrirán nuestrosdescendientes ante París, Londres, Nueva York… Si los aztecas teníannociones rudimentarias y grotescas acerca de Teotihuacan y susconstructores, en cambio Tula les inspira ideas exaltadas. Los mexicasafirmaron siempre y orgullosamente que eran los legítimos y directosherederos de los toltecas, es decir, de Tula y Colhuacan. Para entender larazón de esta pretensión hay que recordar que para la gente nahua ladicotomía universal civilizado/bárbaro se expresaba por estos dos términos:tolteca/chichimeca. Los aztecas querían negar su pasado chichimeca(bárbaro). Esta pretensión no tenía gran fundamento: antes de la fundaciónde México habían sido una banda de fugitivos fuera de la ley. Elsentimiento de ilegitimidad, común a todos los bárbaros y advenedizos, fueuna suerte de llaga en la psiquis azteca y, además, una tacha en sus títulosde dominadores del mundo por voluntad de Huitzilopochtli. En efecto,Huitzilopochtli mismo, supuesto centro de la cosmogonía del quinto sol ysustento del culto solar, no era sino un dios tribal, un advenedizo entre lasantiguas divinidades de Mesoamérica. Por eso el tlatoani Itzcóatl,aconsejado por el célebre Tlacaélel, el arquitecto de la grandeza mexicana,ordenó la quema de los códices y documentos antiguos así como lafabricación de otros destinados a probar que el pueblo azteca era eldescendiente de los señores de Anáhuac. Al afirmar su filiación directa conel mundo tolteca, los aztecas afirmaban la legitimidad de su hegemoníasobre las otras naciones de Mesoamérica. Ahora aparece con mayorclaridad el sentido de la correlación entre la falsificación de la historia y elsincretismo religioso.Las naciones sojuzgadas veían con escepticismo estas doctrinas. Losaztecas mismos, por su parte, sabían que se trataba de una superchería,aunque nadie se atreviese a decírselo ni aun a sí mismo. Todo esto explicaque, al recibir a Cortés, Moctezuma II lo salude como al enviado de alguienque reclama su herencia. Aclaro y subrayo: lo recibe no como al emisariodel emperador Carlos sino como a un dios (o semidiós o mago-guerrero: los
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incendio de los hunos blancos; más bien, incluso por el esplendor de su
ciudad y el carácter litúrgico y grandioso de sus matanzas, los mexicas
recuerdan a los asirios, que fueron también herederos de una alta
civilización y que mostraron igual predilección por la pirámide trunca
(zigurat). No obstante, los asirios no eran teólogos. En realidad, los émulos
de los aztecas no están en Asia sino en Occidente, pues sólo entre nosotros
la alianza entre política y razón metafísica ha sido tan íntima, exasperada y
mortífera: las inquisiciones, las guerras de religión y, sobre todo, las
sociedades totalitarias del siglo XX. A reserva de ofrecer, más adelante, una
hipótesis que explique la singular seducción que nos ha impedido
contemplar con objetividad el mundo azteca, aclaro que no pretendo que se
le juzgue y menos aún que se le condene. México-Tenochtitlan ha
desaparecido y ante su cuerpo caído lo que me preocupa no es un problema
de interpretación histórica sino que no podamos contemplar frente a frente
al muerto: su fantasma nos habita. Por eso creo que la crítica de México y
de su historia —una crítica que se asemeja a la terapéutica de los
psicoanalistas— debe iniciarse por un examen de lo que significó y
significa todavía la visión azteca del mundo. La imagen de México como
una pirámide es un punto de vista entre otros igualmente posibles: el punto
de vista de aquél que está en la plataforma que la corona. Es el punto de
vista de los antiguos dioses y de sus servidores, los señores pontífices
aztecas. Asimismo es el de sus herederos y sucesores: Virreyes, Altezas
Serenísimas y Señores Presidentes. Y hay algo más: es el punto de vista de
la inmensa mayoría, las víctimas aplastadas por la pirámide o sacrificadas
en su plataforma-santuario. La crítica de México comienza por la crítica de
la pirámide.
El segundo periodo de Mesoamérica estuvo marcado por Tula y
México-Tenochtitlan. Ambos Estados pesaron sobre los otros pueblos como
esos gigantescos guerreros de piedra que los arqueólogos han desenterrado
en la primera de esas ciudades. Repeticiones, ampliaciones, obras inmensas,
grandeza inhumana —nada comparable al gran periodo creador—. Pero lo
que me interesa destacar es la extraña relación de los aztecas con la
tradición mesoamericana. Es sabido que ignoraban todo o casi todo de las