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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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Si desde el siglo XIV hay una secreta continuidad política, ¿cómo

extrañarse de que el fundamento inconsciente de esa continuidad sea el

arquetipo religioso-político de los antiguos mexicanos: la pirámide, sus

implacables jerarquías y, en lo alto, el jerarca y la plataforma del sacrificio?

Al hablar del fundamento inconsciente de nuestra idea de la historia y de la

política, no pienso nada más en los gobernantes sino en los gobernados. Es

evidente que los virreyes españoles eran ajenos a la mitología de los

mexicanos pero no lo eran sus súbditos, fuesen indios, mestizos o aun

criollos: todos ellos, espontánea y naturalmente, veían en el Estado español

la continuación del poder azteca. Esta identificación no era explícita y ni

siquiera asumía una forma racional: era algo que estaba en el orden de las

cosas. La continuidad entre el virrey y el señor azteca, entre la capital

cristiana y la antigua ciudad idólatra no eran, por lo demás, sino uno de los

aspectos de la idea que se hacía la sociedad colonial del pasado

precolombino. En el ámbito de la religión la continuidad aparecía también:

la aparición de la Virgen de Guadalupe sobre las ruinas de un santuario

consagrado a la diosa Tonantzin es el ejemplo central, aunque no es el

único, de esta relación entre los dos mundos, el indígena y el colonial. En

un autosacramental de Sor Juana, El divino Narciso, la antigua religión

precolombina, a pesar de sus ritos sangrientos, aparece como una

prefiguración de la llegada del cristianismo a tierras mexicanas. Para los

españoles, el modelo histórico era Roma y su imperio; México-Tenochtitlan

y, después, la ciudad de México, no fueron sino versiones reducidas del

arquetipo romano. Del mismo modo que la Roma cristiana prolongaba,

rectificándola, a la Roma pagana, la nueva ciudad de México era la

continuación, la rectificación y, finalmente, la afirmación de la metrópoli

azteca. La Independencia no alteró radicalmente esta concepción: se

consideró que la Colonia española había sido una interrupción de la historia

de México y que, al liberarse de la dominación europea, la nación

restablecía sus libertades y reanudaba su tradición. Desde este punto de

vista la Independencia fue una suerte de restauración. Esta ficción históricojurídica

consagraba la legitimidad, de la dominación azteca: México-

Tenochtitlan era y es el origen, la fuente del poder. Desde la Independencia

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