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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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Llámeselas como se quiera, lo cierto es que son movimientos que, al

triunfar, deben enfrentarse al problema del desarrollo y que, para resolverlo,

sacrifican sus otros objetivos sociales y políticos. En este caso la revolución

no es un resultado del desarrollo sino un método para acelerarlo. Ahora

bien, todas esas revoluciones, de la rusa a la mexicana, internacionalistas o

nacionalistas, degeneran en regímenes burocráticos más o menos

paternalistas y opresores.

Nadie sabe la forma del futuro: es un secreto —ésa es la enseñanza de

este medio siglo de trastornos— que no está ni en los libros de Marx ni en

los de sus adversarios. Pero podemos decirle algo a ese futuro que en

alguna parte construyen unos muchachos apasionados y terribles: toda

revolución sin pensamiento crítico, sin libertad para contradecir al poderoso

y sin la posibilidad de sustituir pacíficamente a un gobernante por otro, es

una revolución que se derrota a sí misma. Un fraude. Mis palabras irritarán

a muchos; no importa, el pensamiento independiente es casi siempre

impopular. Hay que renunciar definitivamente a las tendencias autoritarias

de la tradición revolucionaria, especialmente de su rama marxista. Al

mismo tiempo, hay que romper los monopolios contemporáneos —sean los

del Estado, los partidos o el capitalismo privado— y encontrar formas,

nuevas y realmente efectivas, de control democrático y popular lo mismo

del poder político y económico que de los medios de información y de la

educación. Una sociedad plural, sin mayorías ni minorías: en mi utopía

política no todos somos felices pero, al menos, todos somos responsables.

Sobre todo y ante todo: debemos concebir modelos de desarrollo viables y

menos inhumanos, costosos e insensatos que los actuales. Dije antes que

ésta es una tarea urgente: en verdad, es la tarea de nuestro tiempo. Y hay

algo más: el valor supremo no es el futuro sino el presente; el futuro es un

tiempo falaz que siempre nos dice «todavía no es hora» y que así nos niega.

El futuro no es el tiempo del amor: lo que el hombre quiere de verdad, lo

quiere ahora. Aquél que construye la casa de la felicidad futura edifica la

cárcel del presente.

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