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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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a tomarla; dan marcha atrás y unos meses después el ejército campesino es

aniquilado e Hidalgo fusilado. En el periodo revolucionario, durante la

ocupación de la capital por las tropas de ZZapata y de Villa, los dos jefes

populares visitaron el Palacio Nacional; todo el mundo sabe que ZZapata vio

con horror la silla presidencial y que, a diferencia de Villa, se negó a

sentarse en ella. Más tarde dijo: «Deberíamos quemarla para acabar con las

ambiciones». (Una observación al pasar: la supersticiosa veneración que

inspira a los mexicanos la Silla Presidencial —aquí las mayúsculas son de

rigor— es un indicio más de la permanencia de lo azteca y lo hispanoárabe

en nuestra sensibilidad; el culto que profesamos al poder está hecho de

adoración y terror: los sentimientos ambiguos del cordero frente al

cuchillo). ZZapata tenía razón: el poder corrompe y deberíamos quemar todas

las sillas y tronos. Ahora bien, en el contexto inhumano de la historia,

particularmente en una etapa revolucionaria, la actitud de ZZapata tenía el

mismo sentido que el gesto de Hidalgo ante la ciudad de México: a aquél

que rehúsa el poder, por un proceso fatal de reversión, el poder lo destruye.

El episodio de la visita de ZZapata al Palacio Nacional ilustra el carácter del

movimiento campesino y su suerte posterior: su aislamiento en las

montañas del sur, su cerco y su final liquidación por obra de la facción de

Carranza. La victoria de este último y, más tarde, la de Obregón y Calles, se

debió a que los tres caudillos, a pesar de que representaban tendencias

conservadoras, especialmente Carranza, expresaban igualmente y sobre

todo aspiraciones y programas nacionales. Villa era la dispersión y ZZapata

era el aislamiento, la segregación; los otros, una vez derrotados los ejércitos

campesinos, integraron las demandas del movimiento agrario en un

programa más vasto y nacional.

El campesino está atado al suelo; su visión no es nacional y aún menos

internacional; por último, concibe las organizaciones políticas en términos

tradicionales: sus modelos de asociación son los lazos consanguíneos, los

religiosos y los patrimoniales. Cuando brotan en el campo rebeliones,

siempre son locales y provinciales; para que esos brotes se transformen en

un movimiento revolucionario son imprescindibles, por lo menos, dos

condiciones: una crisis del poder central y la aparición de fuerzas

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