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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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obstante, en ellos no se han operado cambios estructurales equivalentes a

los de México. Como este tema ha provocado y provoca muchas

discusiones, debo analizarlo brevemente. El único recurso de los países

débiles frente a los poderosos es aprovechar hasta el máximo las querellas

entre los grandes. Ésta ha sido la política de los gobiernos mexicanos. La

regla del juego es simple: a mayor número de potencias mundiales, más

libertad de movimiento de las medianas y pequeñas. El juego se ha hecho

más difícil desde la segunda Guerra Mundial. Primero se borraron todos los

matices y posiciones intermedias por la alianza entre norteamericanos y

rusos; inmediatamente después, a esa alianza sucedió una rivalidad que

polarizó a las naciones en dos bandos irreconciliables. La ausencia de una

política internacional independiente de los países de Europa occidental (el

degaullismo apareció, para México, como una alternativa tardía), el carácter

expansionista y nacionalista de la Rusia estalinista y la actitud intransigente

y agresiva de Dulles, acentuaron el carácter defensivo de la política

internacional mexicana. Y no hay que olvidar que desde 1840 la política de

México frente a los Estados Unidos ha sido y es esencialmente defensiva.

No sin trabajos y contradicciones el gobierno conservó, cada vez con mayor

timidez y de una manera paulatinamente formal, nuestra tradición en el

frente internacional; el cambio se realizó en el interior. Aunque la presión

exterior propició ese cambio, lo decisivo fueron las consideraciones de

orden interior. Ante la disyuntiva de acometer la industrialización o de

resignarse al estancamiento, el gobierno se decidió por la primera

alternativa; esta decisión lo llevó a la siguiente: aceptar que el sector

privado debería ser parte esencial en el programa de desarrollo y, por tanto,

favorecerlo en lo posible. Dado el carácter incipiente del capitalismo

mexicano en esos años, se aceptó, no sin muchas vacilaciones y disputas

internas, que en la tarea del desarrollo debería participar también el sector

privado internacional (norteamericano). Así se acentuó la dependencia

económica de México. Al llegar a este punto se impone una digresión, no

de orden económico —no soy perito en esa materia— sino histórico.

La realidad del imperialismo económico y político de los Estados

Unidos es un hecho que no es necesario demostrar y sobre el cual abundan

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