El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_
las pasiones, la sociedad tecnológica la distribuye entre todos como unapanacea. No nos cura de la desdicha que es ser hombres pero nos gratificacon un estupor hecho de resignación satisfecha y que no excluye laactividad febril. Sólo que la realidad reaparece cada vez con mayor furia yfrecuencia; crisis, violencias, explosiones. Año axial, 1968 mostró launiversalidad de la protesta y su final irrealidad: ataraxia y estallido,explosión que se disipa, violencia que es una nueva enajenación. Si lasexplosiones son parte del sistema, también lo son las represiones y elletargo, voluntario o forzado, que las sucede. La enfermedad que roe anuestras sociedades es constitucional y congénita, no algo que le venga defuera. Es una enfermedad que ha resistido a todos los diagnósticos, lomismo a los de aquéllos que se reclaman de Marx que a los de aquéllos quese dicen herederos de Tocqueville. Extraño padecimiento que nos condena adesarrollarnos y a prosperar sin cesar para así multiplicar nuestrascontradicciones, enconar nuestras llagas y exacerbar nuestra inclinación a ladestrucción. La filosofía del progreso muestra al fin su verdadero rostro: unrostro en blanco, sin facciones. Ahora sabemos que el reino del progreso noes de este mundo: el paraíso que nos promete está en el futuro, un futurointocable, inalcanzable, perpetuo. El progreso ha poblado la historia de lasmaravillas y los monstruos de la técnica pero ha deshabitado la vida de loshombres. Nos ha dado más cosas, no más ser.El sentido profundo de la protesta juvenil —sin ignorar ni sus razones nisus objetivos inmediatos y circunstanciales— consiste en haber opuesto alfantasma implacable del futuro la realidad espontánea del ahora. Lairrupción del ahora significa la aparición, en el centro de la vidacontemporánea, de la palabra prohibida, la palabra maldita: placer. Unapalabra no menos explosiva y no menos hermosa que la palabra justicia.Cuando digo placer no pienso en la elaboración de un nuevo hedonismo nien el regreso a la antigua sabiduría sensual —aunque lo primero no seadesdeñable y lo segundo sea deseable— sino en la revelación de esa mitadoscura del hombre que ha sido humillada y sepultada por las morales delprogreso: esa mitad que se revela en las imágenes del arte y del amor. Ladefinición del hombre como un ser que trabaja debe cambiarse por la del
hombre como un ser que desea. Ésa es la tradición que va de Blake a lospoetas surrealistas y que los jóvenes recogen: la tradición profética de lapoesía de Occidente desde el romanticismo alemán. Por primera vez desdeque nació la filosofía del progreso de las ruinas del universo medieval,precisamente en el seno de la sociedad más avanzada y progresista delmundo, los Estados Unidos, los jóvenes se preguntan sobre la validez y elsentido de los principios que han fundado a la edad moderna. Esta preguntano revela ni odio a la razón y la ciencia ni nostalgia por el periodo neolítico(aunque el neolítico fue, según Lévi-Strauss y otros antropólogos,probablemente la única época feliz que hayan conocido los hombres). Alcontrario, es una pregunta que sólo una sociedad tecnológica puede hacersey de cuya contestación depende la suerte del mundo que hemos edificado:pasado, presente y futuro, ¿cuál es el verdadero tiempo del hombre, endónde está su reino? Y si su reino es el presente, ¿cómo insertar el ahora,por naturaleza explosivo y orgiástico, en el tiempo histórico? La sociedadmoderna ha de contestar a estas preguntas sobre el ahora —ahora mismo—.La otra alternativa es perecer en un estallido suicida o hundirse más y másen el ruinoso proceso actual en el que la producción de bienes amenaza serya inferior a la producción de desechos.La universalidad de la protesta juvenil no impide que asumacaracterísticas específicas en cada región del mundo. El movimiento juvenilen los Estados Unidos y en Europa contiene, según acabo de explicar,preguntas implícitas y no formuladas que atañen a los fundamentos mismosde la edad moderna y a lo que, desde el siglo XVIII, constituye su principiorector. Esas preguntas aparecen muy diluidas en los países de Europaoriental y no aparecen del todo, excepto como slogans vacíos, en AméricaLatina. La razón es clara: los norteamericanos y los europeos son los únicosque tienen realmente una experiencia completa de lo que es y significa elprogreso. En Occidente los jóvenes se rebelan contra los mecanismos de lasociedad tecnológica: contra su mundo tantálico de objetos que se gastan ydisipan apenas los poseemos —como si fuesen una involuntaria yconcluyente confirmación del carácter ilusorio que atribuyen a la realidadlos budistas— y contra la violencia abierta o solapada que esa sociedad
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hombre como un ser que desea. Ésa es la tradición que va de Blake a los
poetas surrealistas y que los jóvenes recogen: la tradición profética de la
poesía de Occidente desde el romanticismo alemán. Por primera vez desde
que nació la filosofía del progreso de las ruinas del universo medieval,
precisamente en el seno de la sociedad más avanzada y progresista del
mundo, los Estados Unidos, los jóvenes se preguntan sobre la validez y el
sentido de los principios que han fundado a la edad moderna. Esta pregunta
no revela ni odio a la razón y la ciencia ni nostalgia por el periodo neolítico
(aunque el neolítico fue, según Lévi-Strauss y otros antropólogos,
probablemente la única época feliz que hayan conocido los hombres). Al
contrario, es una pregunta que sólo una sociedad tecnológica puede hacerse
y de cuya contestación depende la suerte del mundo que hemos edificado:
pasado, presente y futuro, ¿cuál es el verdadero tiempo del hombre, en
dónde está su reino? Y si su reino es el presente, ¿cómo insertar el ahora,
por naturaleza explosivo y orgiástico, en el tiempo histórico? La sociedad
moderna ha de contestar a estas preguntas sobre el ahora —ahora mismo—.
La otra alternativa es perecer en un estallido suicida o hundirse más y más
en el ruinoso proceso actual en el que la producción de bienes amenaza ser
ya inferior a la producción de desechos.
La universalidad de la protesta juvenil no impide que asuma
características específicas en cada región del mundo. El movimiento juvenil
en los Estados Unidos y en Europa contiene, según acabo de explicar,
preguntas implícitas y no formuladas que atañen a los fundamentos mismos
de la edad moderna y a lo que, desde el siglo XVIII, constituye su principio
rector. Esas preguntas aparecen muy diluidas en los países de Europa
oriental y no aparecen del todo, excepto como slogans vacíos, en América
Latina. La razón es clara: los norteamericanos y los europeos son los únicos
que tienen realmente una experiencia completa de lo que es y significa el
progreso. En Occidente los jóvenes se rebelan contra los mecanismos de la
sociedad tecnológica: contra su mundo tantálico de objetos que se gastan y
disipan apenas los poseemos —como si fuesen una involuntaria y
concluyente confirmación del carácter ilusorio que atribuyen a la realidad
los budistas— y contra la violencia abierta o solapada que esa sociedad