El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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01.01.2023 Views

No son éstos los únicos obstáculos que se interponen entre el amor ynosotros. El amor es elección. Libre elección, acaso, de nuestra fatalidad,súbito descubrimiento de la parte más secreta y fatal de nuestro ser. Pero laelección amorosa es imposible en nuestra sociedad. Ya Bretón decía en unode sus libros más hermosos —El loco amor— que dos prohibicionesimpedían, desde su nacimiento, la elección amorosa: la interdicción social yla idea cristiana del pecado. Para realizarse, el amor necesita quebrantar laley del mundo. En nuestro tiempo el amor es escándalo y desorden,transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y seencuentran en la mitad del espacio. La concepción romántica del amor, queimplica ruptura y catástrofe, es la única que conocemos porque todo en lasociedad impide que el amor sea libre elección.La mujer vive presa en la imagen que la sociedad masculina le impone;por lo tanto, sólo puede elegir rompiendo consigo misma. «El amor la hatransformado, la ha hecho otra persona», suelen decir de las enamoradas. Yes verdad: el amor hace otra a la mujer, pues si se atreve a amar, a elegir, sise atreve a ser ella misma, debe romper esa imagen con que el mundoencarcela su ser. El hombre tampoco puede elegir. El círculo de susposibilidades es muy reducido. Niño, descubre la feminidad en la madre oen las hermanas. Y desde entonces el amor se identifica con lo prohibido.Nuestro erotismo está condicionado por el horror y la atracción del incesto.Por otra parte, la vida moderna estimula innecesariamente nuestrasensualidad, al mismo tiempo que la inhibe con toda clase de interdicciones—de clase, de moral y hasta de higiene—. La culpa es la espuela y el frenodel deseo. Todo limita nuestra elección. Estamos constreñidos a someternuestras aficiones profundas a la imagen femenina que nuestro círculosocial nos impone. Es difícil amar a personas de otra raza, de otra lengua ode otra clase, a pesar de que no sea imposible que el rubio prefiera a lasnegras y éstas a los chinos, ni que el señor se enamore de su criada o a lainversa. Semejantes posibilidades nos hacen enrojecer. Incapaces de elegir,seleccionamos a nuestra esposa entre las mujeres que nos «convienen».Jamás confesaremos que nos hemos unido —a veces para siempre— conuna mujer que acaso no amamos y que, aunque nos ame, es incapaz de salir

de sí misma y mostrarse tal cual es. La frase de Swan: «Y pensar que heperdido los mejores años de mi vida con una mujer que no era mi tipo», lapueden repetir, a la hora de su muerte, la mayor parte de los hombresmodernos. Y las mujeres.La sociedad concibe el amor, contra la naturaleza de este sentimiento,como una unión estable y destinada a crear hijos. Lo identifica con elmatrimonio. Toda transgresión a esta regla se castiga con una sanción cuyaseveridad varía de acuerdo con tiempo y espacio. (Entre nosotros la sanciónes mortal muchas veces —si es mujer el infractor— pues en México, comoen todos los países hispánicos, funcionan con general aplauso dos morales,la de los señores y la de los otros: pobres, mujeres, niños). La protecciónimpartida al matrimonio podría justificarse si la sociedad permitiese deverdad la elección. Puesto que no lo hace, debe aceptarse que el matrimoniono constituye la más alta realización del amor, sino que es una formajurídica, social y económica que posee fines diversos a los del amor. Laestabilidad de la familia reposa en el matrimonio, que se convierte en unamera proyección de la sociedad, sin otro objeto que la recreación de esamisma sociedad. De ahí la naturaleza profundamente conservadora delmatrimonio. Atacarlo, es disolver las bases mismas de la sociedad. Y de ahítambién que el amor sea, sin proponérselo, un acto antisocial, pues cada vezque logra realizarse, quebranta el matrimonio y lo transforma en lo que lasociedad no quiere que sea: la revelación de dos soledades que crean por símismas un mundo que rompe la mentira social, suprime tiempo y trabajo yse declara autosuficiente. No es extraño, así, que la sociedad persiga con elmismo encono al amor y a la poesía, su testimonio, y los arroje a laclandestinidad, a las afueras, al mundo turbio y confuso de lo prohibido, loridículo y lo anormal. Y tampoco es extraño que amor y poesía estallen enformas extrañas y puras: un escándalo, un crimen, un poema. La protecciónal matrimonio implica la persecución del amor y la tolerancia de laprostitución, cuando no su cultivo oficial. Y no deja de ser reveladora laambigüedad de la prostituta: ser sagrado para algunos pueblos, paranosotros es alternativamente un ser despreciable y deseable. Caricatura delamor, víctima del amor, la prostituta es símbolo de los poderes que humilla

de sí misma y mostrarse tal cual es. La frase de Swan: «Y pensar que he

perdido los mejores años de mi vida con una mujer que no era mi tipo», la

pueden repetir, a la hora de su muerte, la mayor parte de los hombres

modernos. Y las mujeres.

La sociedad concibe el amor, contra la naturaleza de este sentimiento,

como una unión estable y destinada a crear hijos. Lo identifica con el

matrimonio. Toda transgresión a esta regla se castiga con una sanción cuya

severidad varía de acuerdo con tiempo y espacio. (Entre nosotros la sanción

es mortal muchas veces —si es mujer el infractor— pues en México, como

en todos los países hispánicos, funcionan con general aplauso dos morales,

la de los señores y la de los otros: pobres, mujeres, niños). La protección

impartida al matrimonio podría justificarse si la sociedad permitiese de

verdad la elección. Puesto que no lo hace, debe aceptarse que el matrimonio

no constituye la más alta realización del amor, sino que es una forma

jurídica, social y económica que posee fines diversos a los del amor. La

estabilidad de la familia reposa en el matrimonio, que se convierte en una

mera proyección de la sociedad, sin otro objeto que la recreación de esa

misma sociedad. De ahí la naturaleza profundamente conservadora del

matrimonio. Atacarlo, es disolver las bases mismas de la sociedad. Y de ahí

también que el amor sea, sin proponérselo, un acto antisocial, pues cada vez

que logra realizarse, quebranta el matrimonio y lo transforma en lo que la

sociedad no quiere que sea: la revelación de dos soledades que crean por sí

mismas un mundo que rompe la mentira social, suprime tiempo y trabajo y

se declara autosuficiente. No es extraño, así, que la sociedad persiga con el

mismo encono al amor y a la poesía, su testimonio, y los arroje a la

clandestinidad, a las afueras, al mundo turbio y confuso de lo prohibido, lo

ridículo y lo anormal. Y tampoco es extraño que amor y poesía estallen en

formas extrañas y puras: un escándalo, un crimen, un poema. La protección

al matrimonio implica la persecución del amor y la tolerancia de la

prostitución, cuando no su cultivo oficial. Y no deja de ser reveladora la

ambigüedad de la prostituta: ser sagrado para algunos pueblos, para

nosotros es alternativamente un ser despreciable y deseable. Caricatura del

amor, víctima del amor, la prostituta es símbolo de los poderes que humilla

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