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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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Hemos tenido, sí, violencias populares, cierta extravagancia en la represión,

capricho, arbitrariedad, brutalidad, «mano dura» de algunos generales,

«humor negro», pero aun en sus peores momentos todo fue humano, es

decir, sujeto a la pasión, a las circunstancias y aun al azar y a la fantasía.

Nada más lejano de la aridez del espíritu de sistema y su moral silogística y

policíaca. En los países comunistas el partido es una minoría, una secta

cerrada y omnipotente, a un tiempo ejército, administración e inquisición: el

poder espiritual y el brazo seglar al fin reunidos. Así ha surgido un tipo de

Estado absolutamente nuevo en la historia, en el que los rasgos

revolucionarios, como la desaparición de la propiedad privada y la

economía dirigida, son indistinguibles de otros arcaicos: el carácter sagrado

del Estado y la divinización de los jefes. Pasado, presente y futuro: progreso

técnico y formas inferiores de la magia política, desarrollo económico y

esclavismo sindicalista, ciencia y teología estatal: tal es el rostro prodigioso

y aterrador de la Unión Soviética. Nuestro siglo es una gran vasija en donde

todos los tiempos históricos hierven, se confunden y mezclan.

¿Cómo es posible que la «inteligencia» contemporánea —pienso sobre

todo en la heredera de la tradición revolucionaria europea— no haya hecho

un análisis de la situación de nuestro tiempo, no ya desde la vieja

perspectiva del siglo pasado sino ante la novedad de esta realidad que nos

salta a los ojos? Por ejemplo: la polémica entre Rosa Luxemburgo y Lenin

acerca de la «espontaneidad revolucionaria de las masas» y la función del

Partido Comunista como «vanguardia del proletariado», quizá cobraría otra

significación a la luz de las respectivas condiciones de Alemania y Rusia. Y

del mismo modo: no hay duda de que la Unión Soviética se parece muy

poco a lo que pensaban Marx y Engels sobre lo que podría ser un Estado

obrero. Sin embargo, ese Estado existe; no es una aberración ni una

«equivocación de la historia». Es una realidad enorme, evidente por sí

misma y que se justifica de la única manera con que se justifican los seres

vivos: por el peso y plenitud de su existencia. Un filósofo eminente como

Lukacs, que ha dedicado tanto de su esfuerzo a denunciar la

«irracionalidad» progresiva de la filosofía burguesa, no ha intentado nunca,

en serio, el análisis de la sociedad soviética desde el punto de vista de la

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