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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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justicia indignaban a Marx y Engels. Nadie duda que el «socialismo»

totalitario puede transformar la economía de un país; es más dudoso que

logre liberar al hombre. Y esto último es lo único que nos interesa y lo

único que justifica una revolución.

Es verdad que algunos autores, como Isaac Deutscher, piensan que una

vez creada la abundancia se iniciará, casi insensiblemente, el tránsito hacia

el verdadero socialismo y la democracia. Olvidan que mientras tanto se han

creado clases, o castas, dueñas absolutas del poder político y económico. La

historia muestra que nunca una clase ha cedido voluntariamente sus

privilegios y ganancias. La idea del «tránsito insensible» hacia el socialismo

es tan fantástica como el mito de la «desaparición gradual del Estado» en

labios de Stalin y sus sucesores. Por supuesto que no son imposibles los

cambios en la sociedad soviética. Toda sociedad es histórica, quiero decir,

condenada a la transformación. Pero lo mismo puede decirse de los países

capitalistas. Ahora bien, lo característico de ambos sistemas, en este

momento, es su resistencia al cambio, su voluntad de no ceder ni a la

presión exterior ni a la interior. Y en esto reside el peligro de la situación: la

guerra antes que la transformación.

A LA LUZZ del pensamiento revolucionario tradicional —aun desde la

perspectiva del liberalismo del siglo pasado— resulta escandalosa la

existencia, en pleno siglo XX, de anomalías históricas como los países

«subdesarrollados» o la de un imperio «socialista» totalitario. Muchas de

las previsiones y hasta de los sueños del siglo XIX se han realizado (las

grandes revoluciones, los progresos de la ciencia y la técnica, la

transformación de la naturaleza, etc.) pero de una manera paradójica o

inesperada, que desafía la famosa lógica de la historia. Desde los socialistas

utópicos se había afirmado que la clase obrera sería el agente principal de la

historia mundial. Su función consistiría en realizar una revolución en los

países más adelantados y crear así las bases de la liberación del hombre.

Cierto, Lenin pensó que era posible dar un salto histórico y confiar a la

dictadura del proletariado la tarea histórica de la burguesía: el desarrollo

industrial. Creía, probablemente, que las revoluciones en los países

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