El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_
una forma universales y capaces de contener, sin ahogarlos y sindesgarrarse, todos nuestros inexpresados conflictos.Reyes se enfrenta al lenguaje como problema artístico y ético. Su obrano es un modelo o una lección, sino un estímulo. Por eso nuestra actitudante el lenguaje no puede ser diversa a la de nuestros predecesores: tambiéna nosotros, y más radicalmente que a ellos, puesto que tenemos menosilusiones en unas ideas que la cultura occidental soñó eternas, la vida y lahistoria de nuestro pueblo se nos presentan como una voluntad que seempeña en crear la Forma que la exprese y que, sin traicionarla, latrascienda. Soledad y Comunión, Mexicanidad y Universalidad, siguensiendo los extremos que devoran al mexicano. Los términos de esteconflicto habitan no sólo nuestra intimidad y coloran con un matiz especial,alternativamente sombrío y brillante, nuestra conducta privada y nuestrasrelaciones con los demás, sino que yacen en el fondo de todas nuestrastentativas políticas, artísticas y sociales. La vida del mexicano es uncontinuo desgarrarse entre ambos extremos, cuando no es un inestable ypenoso equilibrio.TODA LA HISTORIA de México, desde la Conquista hasta la Revolución,puede verse como una búsqueda de nosotros mismos, deformados oenmascarados por instituciones extrañas, y de una Forma que nos exprese.Las sociedades precortesianas lograron creaciones muy ricas y diversas,según se ve por lo poco que dejaron en pie los españoles, y por lasrevelaciones que cada día nos entregan los arqueólogos y antropólogos. LaConquista destruye esas formas y superpone la española. En la culturaespañola laten dos direcciones, conciliadas pero no fundidas enteramentepor el Estado español: la tradición medieval, castiza, viva en España hastanuestros días, y una tradición universal, que España se apropia y hace suyaantes de la Contrarreforma. Por obra del catolicismo, España logra en laesfera del arte una síntesis afortunada de ambos elementos. Otro tantopuede decirse de algunas instituciones y nociones de Derecho político, queintervienen decisivamente en la constitución de la sociedad colonial y en elestatuto otorgado a los indios y a sus comunidades. Debido al carácter
universal de la religión católica, que era, aunque lo olviden con frecuenciafieles y adversarios, una religión para todos y especialmente para losdesheredados y los huérfanos, la sociedad colonial logra convertirse por unmomento en un orden. Forma y sustancia pactan. Entre la realidad y lasinstituciones, el pueblo y el poder, el arte y la vida, el individuo y lasociedad, no hay un muro o una fosa sino que todo se corresponde y unosmismos conceptos y una misma voluntad rigen los ánimos. El hombre, pormás humilde que sea su condición, no está solo. Ni tampoco lo está lasociedad. Mundo y trasmundo, vida y muerte, acción y contemplación, sonexperiencias totales y no actos o conceptos aislados. Cada fragmentoparticipa de la totalidad y esta vive en cada una de las partes. El ordenprecortesiano fue reemplazado por una Forma universal, abierta a laparticipación y a la comunión de todos los fieles.La parálisis de la sociedad colonial y su final petrificación en unamáscara piadosa o feroz, parece ser hija de una circunstancia que pocasveces ha sido examinada: la decadencia del catolicismo europeo, en tantoque manantial de la cultura occidental, coincidió con su expansión y apogeoen Nueva España. La vida religiosa, fuente de creación en otra época, sereduce para los más a inerte participación. Y, para los menos, oscilantesentre la curiosidad y la fe, a tentativas incompletas, juegos de ingenio y, alfinal, silencio y sopor. O para decirlo en otros términos: el catolicismo seofrece a la inmensa masa indígena como un refugio. La orfandad queprovoca la ruptura de la Conquista se resuelve en un regresar a las oscurasentrañas maternas. La religiosidad colonial es una vuelta a la vida prenatal,pasiva, neutra y satisfecha [17] . La minoría, que intenta salir al aire fresco delmundo, se ahoga, enmudece o retrocede.La Independencia, la Reforma y la Dictadura son distintas,contradictorias fases de una misma voluntad de desarraigo. El siglo XIXdebe verse como ruptura total con la Forma. Y simultáneamente, elmovimiento liberal se manifiesta como una tentativa utópica, que provocala venganza de la realidad. El esquema liberal se convierte en la simulacióndel positivismo. Nuestra historia independiente, desde que empezamos atener conciencia de nosotros mismos, noción de patria y de ser nacional, es
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universal de la religión católica, que era, aunque lo olviden con frecuencia
fieles y adversarios, una religión para todos y especialmente para los
desheredados y los huérfanos, la sociedad colonial logra convertirse por un
momento en un orden. Forma y sustancia pactan. Entre la realidad y las
instituciones, el pueblo y el poder, el arte y la vida, el individuo y la
sociedad, no hay un muro o una fosa sino que todo se corresponde y unos
mismos conceptos y una misma voluntad rigen los ánimos. El hombre, por
más humilde que sea su condición, no está solo. Ni tampoco lo está la
sociedad. Mundo y trasmundo, vida y muerte, acción y contemplación, son
experiencias totales y no actos o conceptos aislados. Cada fragmento
participa de la totalidad y esta vive en cada una de las partes. El orden
precortesiano fue reemplazado por una Forma universal, abierta a la
participación y a la comunión de todos los fieles.
La parálisis de la sociedad colonial y su final petrificación en una
máscara piadosa o feroz, parece ser hija de una circunstancia que pocas
veces ha sido examinada: la decadencia del catolicismo europeo, en tanto
que manantial de la cultura occidental, coincidió con su expansión y apogeo
en Nueva España. La vida religiosa, fuente de creación en otra época, se
reduce para los más a inerte participación. Y, para los menos, oscilantes
entre la curiosidad y la fe, a tentativas incompletas, juegos de ingenio y, al
final, silencio y sopor. O para decirlo en otros términos: el catolicismo se
ofrece a la inmensa masa indígena como un refugio. La orfandad que
provoca la ruptura de la Conquista se resuelve en un regresar a las oscuras
entrañas maternas. La religiosidad colonial es una vuelta a la vida prenatal,
pasiva, neutra y satisfecha [17] . La minoría, que intenta salir al aire fresco del
mundo, se ahoga, enmudece o retrocede.
La Independencia, la Reforma y la Dictadura son distintas,
contradictorias fases de una misma voluntad de desarraigo. El siglo XIX
debe verse como ruptura total con la Forma. Y simultáneamente, el
movimiento liberal se manifiesta como una tentativa utópica, que provoca
la venganza de la realidad. El esquema liberal se convierte en la simulación
del positivismo. Nuestra historia independiente, desde que empezamos a
tener conciencia de nosotros mismos, noción de patria y de ser nacional, es