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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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defendido, en multitud de ocasiones, la herencia revolucionaria. Pero nada

más difícil que su situación. Preocupados por no ceder sus posiciones —

desde las materiales hasta las ideológicas— han hecho del compromiso un

arte y una forma de vida. Su obra ha sido, en muchos aspectos, admirable;

al mismo tiempo, han perdido independencia y su crítica resulta diluida, a

fuerza de prudencia o de maquiavelismo. La «inteligencia» mexicana, en su

conjunto, no ha podido o no ha sabido utilizar las armas propias del

intelectual: la crítica, el examen, el juicio. El resultado ha sido que el

espíritu cortesano —producto natural, por lo visto, de toda revolución que

se transforma en gobierno— ha invadido casi toda la esfera de la actividad

pública. Además, como ocurre siempre con toda burocracia, se ha extendido

la moral cerrada de secta y el culto mágico al «secreto de Estado». No se

discuten los asuntos públicos: se cuchichean. No debe olvidarse, sin

embargo, que en muchos casos la colaboración se ha pagado con verdaderos

sacrificios. El demonio de la eficacia —y no el de la ambición—, el deseo

de servir y de cumplir con una tarea colectiva, y hasta cierto sentido

ascético de la moral ciudadana, entendida como negación del yo, muy

propio del intelectual, ha llevado a algunos a la pérdida más dolorosa: la de

la obra personal. Este drama no se plantea siquiera para el intelectual

europeo. Ahora bien, en Europa y los Estados Unidos el intelectual ha sido

desplazado del poder, vive en exilio y su influencia se ejerce fuera del

ámbito del Estado. Su misión principal es la crítica; en México, la acción

política. El mundo de la política es, por naturaleza, el de los valores

relativos: el único valor absoluto es la eficacia. La «inteligencia» mexicana

no sólo ha servido al país: lo ha defendido. Ha sido honrada y eficaz, pero

¿no ha dejado de ser «inteligencia», es decir, no ha renunciado a ser la

conciencia crítica de su pueblo?

Las oscilaciones de la Revolución, la presión internacional que no dejó

de hacerse sentir apenas se iniciaron las reformas sociales, la demagogia

que pronto se convirtió en una enfermedad permanente de nuestro sistema

político, la corrupción de los dirigentes, que crecía a medida que era más

notoria la imposibilidad de realizarnos en formas democráticas a la manera

liberal, produjeron escepticismo en el pueblo y desconfianza entre los

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