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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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echar mano de una filosofía que cumpla la función del positivismo. Ya no

hay «ideas hechas» en nuestro mundo.

SI SE CONTEMPLA la Revolución mexicana desde las ideas esbozadas en

este ensayo, se advierte que consiste en un movimiento tendente a

reconquistar nuestro pasado, asimilarlo y hacerlo vivo en el presente. Y esta

voluntad de regreso, fruto de la soledad y de la desesperación, es una de las

fases de esa dialéctica de soledad y comunión, de reunión y separación que

parece presidir toda nuestra vida histórica. Gracias a la Revolución el

mexicano quiere reconciliarse con su Historia y con su origen. De ahí que

nuestro movimiento tenga un carácter al mismo tiempo desesperado y

redentor. Si estas palabras, gastadas por tantos labios, guardan aún algún

significado para nosotros, quieren decir que el pueblo se rehúsa a toda

ayuda exterior, a todo esquema propuesto desde afuera y sin relación

profunda con su ser, y se vuelve sobre sí mismo. La desesperación, el

rehusarse a ser salvado por un proyecto ajeno a su historia, es un

movimiento del ser que se desprende de todo consuelo y se adentra en su

propia intimidad: está solo. Y en ese mismo instante, esa soledad se

resuelve en tentativa de comunión. Nuevamente desesperación y soledad,

redención y comunión, son términos equivalentes.

Es notable cómo, a través de una búsqueda muy lenta y pródiga en

confusiones, la Revolución cristaliza. No es un esquema que un grupo

impone a la realidad sino que ésta, como querían los románticos alemanes,

se manifiesta y empieza a adquirir forma en varios sitios, encarnando en

grupos antagónicos y en horas diversas. Y sólo hasta ahora es posible ver

que forman parte de un mismo proceso figuras tan opuestas como Emiliano

ZZapata y Venustiano Carranza, Luis Cabrera y José Vasconcelos, Francisco

Villa y Álvaro Obregón, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, Felipe

Ángeles y Antonio Díaz Soto y Gama. Si se compara a los protagonistas de

la Reforma con los de la Revolución se advierte, amén de la claridad de

ideas de los primeros y de la confusión de los segundos, que la eminencia

de los liberales no los redime de cierta sequedad, que los ha hecho figuras

respetables, pero oficiales, héroes de Oficina Pública, en tanto que la

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