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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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a los presidentes y otros funcionarios). Al mismo tiempo, los

revolucionarios que rodeaban a Carranza —especialmente Luis Cabrera,

uno de los hombres más lúcidos del período revolucionario— se esfuerzan

por articular y dar coherencia a las instintivas reivindicaciones populares.

En ese momento se hizo patente la insuficiencia ideológica de la

Revolución. El resultado fue un compromiso: la Constitución de 1917. Era

imposible volver al mundo precortesiano; imposible, asimismo, regresar a

la tradición colonial. La Revolución no tuvo más remedio que hacer suyo el

programa de los liberales, aunque con ciertas modificaciones. La adopción

del esquema liberal no fue sino consecuencia de la falta de ideas de los

revolucionarios. Las que la «inteligencia» mexicana ofrecía eran

inservibles. La realidad las hizo astillas antes siquiera de que la historia las

pusiese a prueba.

La permanencia del programa liberal, con su división clásica de poderes

—inexistentes en México—, su federalismo teórico y su ceguera ante

nuestra realidad, abrió nuevamente la puerta a la mentira y la

inautenticidad.

No es extraño, por lo tanto, que buena parte de nuestras ideas políticas

sigan siendo palabras destinadas a ocultar y oprimir nuestro verdadero ser.

Por otra parte, la influencia del imperialismo frustró en parte la posibilidad

de desarrollo de una burguesía nativa, que sí hubiera hecho viable el

esquema liberal. La restauración de la propiedad comunal entrañaba la

liquidación del feudalismo y debería haber determinado el acceso al poder

de la burguesía. Nuestra evolución hubiese seguido así los mismos pasos

que la de Europa. Pero nuestra marcha es excéntrica. El imperialismo no

nos dejó acceder a la «normalidad histórica» y las clases dirigentes de

México no tienen más misión que colaborar, como administradoras o

asociadas, con un poder extraño. Y en esta situación de ambigüedad

histórica reside el peligro de un neoporfirismo. Banqueros e intermediarios

pueden apoderarse del Estado. Su función no sería diversa a la de los

latifundistas porfirianos; como ellos, serían herederos de un movimiento

revolucionario: gobernarían al país con la máscara de la Revolución, como

Díaz lo hizo con la del liberalismo. Sólo que en esta ocasión sería difícil

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