El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_
promete. El «eterno retorno» es uno de los supuestos implícitos de casi todateoría revolucionaria.Todo radicalismo, decía Marx, es un humanismo, pues el hombre es laraíz de la razón y de la sociedad. Así, toda revolución pretende crear unmundo en donde el hombre, libre al fin de las trabas del viejo régimen,pueda expresarse de verdad y cumplir su condición humana. El hombre esun ser que sólo se realizará, que sólo será él mismo, en la sociedadrevolucionaria. Y esa sociedad funda sus esperanzas en la naturaleza mismadel hombre, que no es algo dado y estático, sino que consiste en una seriede posibilidades frustradas por un régimen que lo mutila. ¿Cómo sabemosque el hombre es una posibilidad de ser, malograda por la injusticia? Lanoción mítica de una «edad de oro» interviene aquí: hubo una vez, enalguna parte del mundo y en algún momento de la Historia, un estado socialque permitía al hombre expresarse y realizarse. Esa edad prefigura yprofetiza la nueva que el revolucionario se propone crear. Casi siempre lautopía supone la previa existencia, en un pasado remoto, de una «edad deoro» que justifica y hace viable la acción revolucionaria.La originalidad del Plan de Ayala consiste en que esa «edad de oro» noes una simple creación de la razón, ni una hipótesis. El movimiento agrariomexicano exige la restitución de las tierras a través de un requisito legal: lostítulos correspondientes. Y si prevé el reparto de tierras lo hace paraextender los beneficios de una situación tradicional a todos los campesinosy pueblos que no poseen títulos. El movimiento zapatista tiende a rectificarla Historia de México y el sentido mismo de la Nación, que ya no será elproyecto histórico del liberalismo. México no se concibe como un futuroque realizar, sino como un regreso a los orígenes. El radicalismo de laRevolución mexicana consiste en su originalidad, esto es, en volver anuestra raíz, único fundamento de nuestras instituciones. Al hacer delcalpulli el elemento básico de nuestra organización económica y social, elzapatismo no sólo rescataba la parte válida de la tradición colonial, sino queafirmaba que toda construcción política de veras fecunda debería partir dela porción más antigua, estable y duradera de nuestra nación: el pasadoindígena.
El tradicionalismo de ZZapata muestra la profunda conciencia históricade este hombre, aislado en su pueblo y en su raza. Su aislamiento, que no lepermitió acceder a las ideas que manejaban los periodistas y tinterillos de laépoca, en busca de generales que asesorar, soledad de la semilla encerrada,le dio fuerzas y hondura para tocar la simple verdad. Pues la verdad de laRevolución era muy simple y consistía en la insurgencia de la realidadmexicana, oprimida por los esquemas del liberalismo tanto como por losabusos de conservadores y neoconservadores.El zapatismo fue una vuelta a la más antigua y permanente de nuestrastradiciones. En un sentido profundo niega la obra de la Reforma, puesconstituye un regreso a ese mundo del que, de un solo tajo, quisierondesprenderse los liberales. La Revolución se convierte en una tentativa porreintegrarnos a nuestro pasado. O, como diría Leopoldo ZZea, por «asimilarnuestra historia», por hacer de ella algo vivo: un pasado hecho ya presente.Contrasta esta voluntad de integración y regreso a las fuentes, con la actitudde los intelectuales de la época que no solamente se mostraron incapaces deadivinar el sentido del movimiento revolucionario, sino que seguíanespeculando con ideas que no tenían más función que la de máscaras.La incapacidad de la «inteligencia» mexicana para formular en unsistema coherente las confusas aspiraciones populares se hizo patenteapenas la Revolución dejó de ser un hecho instintivo y se convirtió en unrégimen. El zapatismo y el villismo —las dos faccciones gemelas, la caraSur y la cara Norte— eran explosiones populares con escaso poder paraintegrar sus verdades, más sentidas que pensadas, en un plan orgánico. Eranun punto de partida, un signo oscuro y balbuceante de la voluntadrevolucionaria. La facción triunfante —el carrancismo— tendía, por unaparte, a superar las limitaciones de sus dos enemigos; por la otra, a negar laespontaneidad popular, única fuente de salud revolucionaria, restaurando elcesarismo. Toda revolución desemboca en la adoración a los jefes;Carranza, el Primer Jefe, el primero de los Césares revolucionarios,profetiza el «culto a la personalidad», eufemismo con que se designa lamoderna idolatría política. (Ese culto, continuado por Obregón y Calles,aún rige nuestra vida política, aunque limitado por la prohibición de reelegir
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promete. El «eterno retorno» es uno de los supuestos implícitos de casi toda
teoría revolucionaria.
Todo radicalismo, decía Marx, es un humanismo, pues el hombre es la
raíz de la razón y de la sociedad. Así, toda revolución pretende crear un
mundo en donde el hombre, libre al fin de las trabas del viejo régimen,
pueda expresarse de verdad y cumplir su condición humana. El hombre es
un ser que sólo se realizará, que sólo será él mismo, en la sociedad
revolucionaria. Y esa sociedad funda sus esperanzas en la naturaleza misma
del hombre, que no es algo dado y estático, sino que consiste en una serie
de posibilidades frustradas por un régimen que lo mutila. ¿Cómo sabemos
que el hombre es una posibilidad de ser, malograda por la injusticia? La
noción mítica de una «edad de oro» interviene aquí: hubo una vez, en
alguna parte del mundo y en algún momento de la Historia, un estado social
que permitía al hombre expresarse y realizarse. Esa edad prefigura y
profetiza la nueva que el revolucionario se propone crear. Casi siempre la
utopía supone la previa existencia, en un pasado remoto, de una «edad de
oro» que justifica y hace viable la acción revolucionaria.
La originalidad del Plan de Ayala consiste en que esa «edad de oro» no
es una simple creación de la razón, ni una hipótesis. El movimiento agrario
mexicano exige la restitución de las tierras a través de un requisito legal: los
títulos correspondientes. Y si prevé el reparto de tierras lo hace para
extender los beneficios de una situación tradicional a todos los campesinos
y pueblos que no poseen títulos. El movimiento zapatista tiende a rectificar
la Historia de México y el sentido mismo de la Nación, que ya no será el
proyecto histórico del liberalismo. México no se concibe como un futuro
que realizar, sino como un regreso a los orígenes. El radicalismo de la
Revolución mexicana consiste en su originalidad, esto es, en volver a
nuestra raíz, único fundamento de nuestras instituciones. Al hacer del
calpulli el elemento básico de nuestra organización económica y social, el
zapatismo no sólo rescataba la parte válida de la tradición colonial, sino que
afirmaba que toda construcción política de veras fecunda debería partir de
la porción más antigua, estable y duradera de nuestra nación: el pasado
indígena.