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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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Cortados los lazos con el pasado, imposible el diálogo con los Estados

Unidos —que sólo hablaban con nosotros el lenguaje de la fuerza o el de

los negocios—, inútil la relación con los pueblos de lengua española,

encerrados en formas muertas, estábamos reducidos a una imitación

unilateral de Francia —que siempre nos ignoró—. ¿Qué nos quedaba?

Asfixia y soledad.

Si la historia de México es la de un pueblo que busca una forma que lo

exprese, la del mexicano es la de un hombre que aspira a la comunión. La

fecundidad del catolicismo colonial residía en que era, ante todo y sobre

todo, participación. Los liberales nos ofrecieron ideas. Pero no se comulga

con las ideas, al menos mientras no encarnan y se hacen sangre, alimento.

La comunión es festín y ceremonia. Al finalizar el siglo XIX el mexicano,

como la nación entera, se asfixia en un catolicismo yerto o en el universo

sin salida y sin esperanza de la filosofía oficiosa del régimen.

Justo Sierra es el primero que comprende el significado de esta

situación. A pesar de sus antecedentes liberales y positivistas, es el único

mexicano de su época que tiene la preocupación y la angustia de la Historia.

La porción más duradera y valiosa de su obra es una meditación sobre la

Historia universal y sobre la de México. Su actitud difiere radicalmente de

las anteriores. Para liberales, conservadores y positivistas la realidad

mexicana carece de significación en sí misma; es algo inerte que sólo

adquiere sentido cuando refleja un esquema universal. Sierra concibe a

México como una realidad autónoma, viva en el tiempo: la nación es un

pasado que avanza, tortuoso, hacia un futuro; y el presente está lleno de

signos. En suma, ni la Religión, ni la Ciencia, ni la Utopía nos justifican.

Nuestras historia, como la de cualquier otro pueblo, posee un sentido y una

dirección. Acaso sin plena conciencia de lo que hacía, Sierra introduce la

Filosofía de la Historia como una posible respuesta a nuestra soledad y

malestar.

Consecuente con estas ideas, funda la Universidad. En su discurso de

inauguración expresa que el nuevo Instituto «no tiene antecesores ni

abuelos…; el gremio y el claustro de la Real y Pontificia Universidad de

México no es para nosotros el antepasado, sino el pasado. Y sin embargo, lo

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