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El-laberinto-de-la-soledad-Octavio-Paz-_2_

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establece entre esa doctrina y la burguesía europea es distinta a la que se

constituye en México entre «neofeudales» y positivismo.

El porfirismo adopta la filosofía positivista, no la engendra. Así, se

encuentra en una situación de dependencia más grave que la de los liberales

y teólogos coloniales, pues ni asume ante ella una posición crítica ni la

abraza con entera buena fe. En algunos casos se trata de uno de esos actos

que Antonio Caso, siguiendo a Tarde, llamaba de «imitación extralógica»:

innecesario, superfluo y contrario a la condición del imitador. Entre el

sistema y el que lo adopta se abre así un abismo, muy sutil si se quiere, pero

que hace imposible toda relación auténtica con las ideas, que se convierten

a veces en máscaras. El porfirismo, en efecto, es un período de

inautenticidad histórica. Santa-Ana cambia alegremente de disfraces: es el

actor que no cree en lo que dice. El porfirismo se esfuerza por creer, se

esfuerza por hacer suyas las ideas adoptadas. Simula, en todos los sentidos

de la palabra.

La simulación porfirística era particularmente grave, pues al abrazar el

positivismo se apropiaba de un sistema que históricamente no le

correspondía. La clase latifundista no constituía el equivalente mexicano de

la burguesía europea, ni su tarea tenía relación alguna con la de su modelo.

Las ideas de Spencer y Stuart Mili reclamaban como clima histórico el

desarrollo de la gran industria, la democracia burguesa y el libre ejercicio

de la actividad intelectual. Basada en la gran propiedad agrícola, el

caciquismo y la ausencia de libertades democráticas, la dictadura de Díaz

no podía hacer suyas esas ideas sin negarse a sí misma o sin desfigurarlas.

El positivismo se convierte así en una superposición histórica bastante más

peligrosa que todas las anteriores, porque estaba fundada en un equívoco.

Entre los terratenientes y sus ideas políticas y filosóficas se levantaba un

invisible muro de mala fe. El desarraigo del porfirismo procede de este

equívoco.

El disfraz positivista no estaba destinado a engañar al pueblo, sino a

ocultar la desnudez moral del régimen a sus mismos usufructuarios. Pues

esas ideas no justificaban las jerarquías sociales ante los desheredados (a

quienes la religión católica reservaba un sitio de elección en el más allá y el

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