EL NARRATORIO ANTOLOGIA LITERARIA DIGITAL NRO 82 DICIEMBRE 2022
Antología de cuentos de autores de habla hispana
Antología de cuentos de autores de habla hispana
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S
e vio en el espejo vestido de traje y chaqueta mientras
sonaba Lana del Rey de fondo en su móvil, sintiéndose
impecable con su corbata gris y sus zapatos nuevos de
niño dichoso, a punto de estrenar su primer día de curso
con un punto de ilusión. Y a todo ello, sumándole una
sonrisa maliciosa que hacía alusión evidente a su detective favorito:
Philip Marlowe. Cerró la puerta de su piso y bajó las escaleras,
disponiéndose a reencontrarse con sus viejos compañeros de la
secundaria en una concertada cita amistosa, tras años de voluntaria
ausencia. Sabían quién era, que se apodaba Marlowe y por dónde
vivía y también a qué se dedicaba. Si no se habían molestado en
llamarlo en todos aquellos años, era simplemente porque no habían
querido. Así de fácil. Marlowe no esperaba encendidos abrazos ni
besos llenos de afecto o lascivia, acompañados de furtivas visitas a
los servicios con gomas de sabores exóticos de por medio y promesas
de amor eterno. No, no esperaba gran cosa, a decir verdad. Más bien
se olía que acabaría siendo como un jugador de tercera división
invitado de relleno a una fiesta de primeras figuras, y al que se le
niega la entrada en la zona VIP porque no calza la clase de zapatos
adecuada o no lleva una corbata de determinada marca.
Miró la manga de su chaqueta y no quiso llamarse al engaño.
Aquella ropa falsamente elegante era una impostura comprada a la
desesperada en el bazar chino de la esquina, del bloque en el que
residía. Le había atendido una dependienta tan amable, como
ignorante de unas mínimas nociones de vestuario y unos
conocimientos básicos de presencia de cara a la galería. Un experto
en moda no tardaría en soltar arcadas de nausea y horror ante
aquella pantomima que pretendía imitar antes a uno de los
protagonistas del Reservoir Dogs de Quentin Tarantino, que a la flor
y nata de un desfile de etiqueta. ¿Ropa cara?, no tenía una cuenta
corriente para poder costeársela. Y aquella vestimenta, comprada de
oferta en el chino de la esquina de su casa, era la que podía costearse
sin problemas, ni quebraderos para su cuenta corriente. Llegó en
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