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MANUAL

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Al llegar a la esquina de la calle 66 No. 28b

- 02 se encuentra Humberto, un señor de 52

años, casado, y papá de 3 hijos. Yeison su

hijo mayor, de 33 años, lo acompaña todos los

días a camellar y atienden juntos el negocio

Farobomper (farolas, bómperes, y persianas).

Siempre están ellos dos, han tenido algunos

aprendices, pero se cansan rápido por la

exigencia y demora del trabajo. Sin embargo,

recientemente contrataron a un nuevo

oficiante, Javier, quien inicialmente iba a estar

solo unos días porque tenían mucho trabajo,

pero ya lleva más de un mes con ellos y trabaja

muy bien.

La historia de Humberto es encantadora,

evidencia de dónde nace Farobomber, y es lo

que lo ha encaminado a que hoy trabaje en un

oficio que le gusta y lo motiva todos los días.

Esta historia empieza cuando Humberto tenía

12 años y vivía en el barrio La Victoria en la

ciudad de Bogotá. “Un vecino era tapicero y

lo ponían a uno a echar pegante o levantar la

tela, y entonces fui aprendiendo”. Así fue como

comenzó a aprender, y todo porque como él

dice: “uno de chino por la gaseosa y el pan,

hacía lo que fuera”. Fue así como día tras día

llegaba al negocio y le decía “¿qué hay que

hacer patrón?”. Este señor fue su maestro,

le enseñó a lijar los muebles, echar fondo,

y pintar. Un año después, el vecino decide

montar una empresa en el barrio Carvajal y

su principal cliente era el Hotel Tequendama

con el salón Esmeralda. Humberto fue detrás

de él y lo acompaño por 4 años reparando

muebles y haciendo todo tipo de arreglos en el

hotel. “Acá fue donde empecé a perfeccionar

la vuelta, aprendí a pulir bien y a reparar los

bastidores”.

Como en el 90, después de que se acabó el

contrato con el hotel, el cuñado de su patrón ya

estaba trabajando con carros en la Estanzuela

y los convencieron de irse a trabajar con ellos.

A Humberto nunca le gustó mucho trabajar

con muebles así que fue una oportunidad que

no quiso desaprovechar. Humberto empezó a

aprender mucho sobre las piezas de plástico,

al principio solo veía a los demás trabajar, y

fue haciendo amigos que le enseñaban como

hacer los trabajos. Con eso, poco a poco fue

intentando, pues él dice que “dañando las

piezas es que se aprende”. Luego de 8 años

en el centro, escuchó sobre un nuevo negocio

de reparación de plásticos en El 7 y se fue al

barrio en busca de ellos. Unos años después,

con un amigo se arriesgaron y abrieron un

negocio en la 27b, pero como todos en el

barrio, buscaron abrir su negocio propio y cada

uno se fue por su lado. Los oficiantes del 7

comparten la mentalidad de Humberto “para

mi montar mi propio negocio fue un logro”,

además, “no tengo que cumplir horario y si me

canso de reparar piezas me pongo a vender,

por todo lado se gana”.

Posteriormente, Humberto compartió todo este

conocimiento con su hijo Yeison, en cambio a

sus hijas no las deja involucrarse mucho en el

oficio. Yeison manejaba un camión de carga,

le gustaba mucho, pero al ver que el negocio

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