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Rallo-Una-Revolución-Liberal-para-España

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en territorios desocupados, se han apropiado de ellos, los han edificado y

han fijado en ellos su residencia. Pero lo que caracteriza a la ciudad no es

sólo la contigüidad de muchas viviendas, sino la necesaria presencia de

espacios comunes que aprovechan todos los residentes.

Por necesidad, pues, en las ciudades surgen problemas típicos de

convivencia: en estas aglomeraciones es inevitable que las acciones de unas

personas terminen afectando a otras y que haya que acordar cómo sufragar

el coste de los espacios y de los servicios comunes. Se trata de dos

problemas que los economistas suelen llamar de «externalidades» y de

«bienes públicos». Por ejemplo, criar cerdos en una vivienda afecta

negativamente a los vecinos (externalidad negativa); asimismo, el

alumbrado de la calle debe ser costeado por todos los residentes, ya que si

se generalizaran las tentaciones individuales de «escaquearse» y

«gorronear», la calle se quedaría sin iluminar (lo que algunos economistas

denominarían ‘bien público’, aunque rigurosamente deberíamos llamarlo

‘bien comunal’).

La existencia de externalidades y de bienes públicos hace necesaria

algún tipo de coordinación social: hay que «regular» qué conductas son

permisibles y cuáles no, y hay que «imponer» quiénes pagan cuánto por

esos bienes y servicios comunes. De ahí que, tradicionalmente, el Estado se

haya arrogado la competencia de regular las externalidades y de proveer los

bienes públicos. En el ámbito municipal, muchas de esas competencias han

sido copadas por el ayuntamiento, fundamentalmente en dos ámbitos:

diseño urbanístico y gestión de los servicios comunes (seguridad, provisión

de agua potable, alcantarillado, redes de transporte público, recogida de

basuras y otros residuos, alumbrado público o protección del medio

ambiente). No es que éstas sean las únicas competencias que hayan recaído

en manos de los ayuntamientos, pero acaso constituyan el núcleo duro de

las mismas: no es complicado imaginar cómo podría construirse un estadio

o un polideportivo privado, mas sí se antoja complicado concebir cómo

podrían regularse las calles y el alcantarillado o cómo se lograría un

crecimiento armónico de las ciudades sin la intervención del Estado.

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