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Rallo-Una-Revolución-Liberal-para-España

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incluso dentro del encorsetado marco de nuestros hiperEstados actuales, la

sociedad está recurriendo crecientemente a las cortes de arbitraje para

solventar sus disputas (Benson, 1990). El Estado sólo debería seguir

manteniendo tribunales de la jurisdicción penal y administrativa, y

únicamente para aquellos casos en que las partes no escojan un árbitro

privado que interprete y aplique la legislación estatal. Así, según el anuario

de La Justicia Dato a Dato de 2012, elaborado por el Consejo General del

Poder Judicial, el 34,3 por ciento de los 3.962 órganos judiciales que hay en

España eran órganos exclusivamente civiles o de lo social, de modo que

podría prescindirse de la mayor parte de los mismos. Además, hay que tener

en cuenta que previsiblemente tendría lugar una considerable reducción de

la litigiosidad derivada de la minoración, simplificación y clarificación de la

normativa pública y privada por la que se rigen los españoles, sobre todo si

se suprimen muchos «crímenes sin víctima» del Código Penal. Por nuestra

parte, hemos estimado de manera conservadora el potencial ahorro de

ambas reformas en torno a un 25 por ciento del coste total actual, es decir,

en torno a los 1.000 millones de euros.

Por otro lado, la segunda pata de todo Estado de Derecho es, como ya

vimos, la posibilidad de aplicación última de las normas a través del uso de

la fuerza. La preservación del ordenamiento jurídico puede ser necesaria

frente a las amenazas exteriores y frente a las amenazas interiores: de las

primeras se encarga el ejército y de las segundas, los cuerpos y fuerzas de

seguridad del Estado. Sobre el ejército no vamos a realizar grandes

sugerencias de reformas: en 2011, el Estado español gastaba 11.400

millones de euros en Defensa, de los cuales 1.200 millones se dirigían a

asistencia militar en el exterior.

En esta sede, acaso convenga aclarar cuál debería ser la postura de un

Estado liberal frente a los conflictos bélicos. Podríamos resumirla en una

sencilla frase: «paz y libre comercio». Es decir, el Estado liberal no debe

convertirse en un Estado imperialista que intente explotar o civilizar al resto

del mundo: su misión no es conquistar nuevos territorios sino simplemente

defender los derechos de sus ciudadanos frente a agresiones externas. Por

ello, el ejército sólo debería emplearse con propósitos exclusivamente

defensivos y no con espurios propósitos ofensivos. Thomas Jefferson ligó el

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