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Rallo-Una-Revolución-Liberal-para-España

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Es un fenómeno tristemente habitual el pensar que, antes del advenimiento

del Estado de Bienestar, la inmensa mayoría de la sociedad estaba del todo

desamparada ante adversidades tan frecuentes como la enfermedad, los

gastos funerarios, las enfermedades no aseguradas, la jubilación o la

incapacidad. Y, ciertamente, la magnitud de la asistencia social hace ciento

cincuenta años era mucho menor que con los actuales Estados de Bienestar,

pero no porque no hubiese instituciones sociales que permitieran

contrarrestar las anteriores adversidades sino, simplemente, porque

Occidente hace ciento cincuenta años era mucho más pobre que ahora. O

dicho de otro modo, aun cuando hace ciento cincuenta años se hubiesen

instalado Estados de Bienestar, éstos habrían proporcionado una asistencia

social mucho más escasa que la actual. Ahora bien, con el nivel de riqueza

disponible en aquella época, la extensión y variedad de la red de asistencia

social voluntaria que emergió espontáneamente por todo Occidente resulta

asombrosa y digna del mayor de los encomios.

La pata fundamental de ese sistema de asistencia social eran las

sociedades de ayuda mutua. Su participación por parte de la población era

muy amplia, especialmente para los estándares de riqueza de la época: a

comienzos del siglo XX, se estima que uno de cada tres hombres en Estados

Unidos pertenecían a una sociedad de ayuda mutua (Beito, 2000) y que tres

cuartas partes de la población inglesa que en 1911 pasó a estar cubierta por

la recién creada Seguridad Social ya lo estaban por las más de 9.000

friendly societies existentes en el país (Gladstone, 1999). El fenómeno no se

restringía al mundo anglosajón, sino que en mayor o menor medida se

extendía por todo el continente europeo (Vilar, 2010; y Harris y Bridgen,

2007).

Los servicios que ofrecían estas sociedades de ayuda mutua eran muy

variados: la asistencia más común era la compensación por los sueldos

perdidos en caso de enfermedad y el pago de los gastos por funeral, pero a

lo largo del siglo XIX fue haciéndose cada vez más frecuente que también

cubrieran los desembolsos sanitarios, seguros de vida, pensiones de

jubilación, viudedad y orfandad o incluso los gastos de viaje por cambio de

trabajo (Green, 1993). Los medios con los que contaban para tales fines no

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