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Rallo-Una-Revolución-Liberal-para-España

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circunstancia que podría llevarle a percibir un salario inferior a aquel que

podría haber obtenido en un mercado más competitivo. En tales casos, el

modelo del mercado laboral monopsónico puede parecer verosímil, pero

aun así no deja de ser una mala representación de la realidad y una peor

guía de la política laboral.

Es una mala representación de la realidad porque todo el modelo

monopsónico se asienta sobre una premisa poco creíble: el empresario

monopsonista es incapaz de pagar salarios distintos a trabajadores que

prestan un mismo servicio (a saber, no puede practicar la discriminación

salarial). A la postre, si el empresario es capaz de seguir contratando nuevos

trabajadores sin tener que aumentar el salario de todos sus restantes

empleados, seguirá contratando a nuevos obreros mientras le siga siendo

rentable (en concreto, hasta que el salario pagado sea igual a la

productividad marginal del último trabajador contratado). Parece poco

realista asumir que el empresario sí goza de un poder de negociación

suficiente como para fijar salarios pero a la vez insuficiente para

discriminar salarialmente a sus trabajadores. Y una vez abandonamos la

poco realista hipótesis de que es incapaz de pagar salarios distintos por un

mismo servicio, las predicciones del modelo monopsónico ya no se

cumplen: es verdad que el empresario obtendrá a corto plazo beneficios

extraordinarios, pero lo hará sin un ejército industrial de reserva (esto es, lo

hará con pleno empleo). Además, en esas condiciones tratar de elevar

gubernamentalmente el salario tendería a destruir empleo (sobre todo, si los

salarios pactados no son absolutamente flexibles).

Es una peor guía de la política laboral porque, incluso en aquellos

casos en los que el modelo de mercado monopsónico encajara

perfectamente con la realidad, ni el poder del empresario para imponer

salarios sería absoluto (ya que una empresa que paga salarios por debajo de

la productividad marginal de sus trabajadores será una empresa con

beneficios extraordinarios, que por tanto atraerá nuevos competidores

nacionales o internacionales que pujarán por contratar a los empleados

elevando sus remuneraciones). Del hecho de que, en ocasiones, un

empresario pueda estar pagándole a un empleado algo menos de lo que

podría llegar a pagarle no se deriva la conclusión de que el Estado deba

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