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kalpana3023talsaniya
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Rodríguez, y la conversación posterior.«Yo quiero que te relajes conmigo.»Vuelvo a mirarla. Ahí está. Relajada. Absorta en su trabajo.Misión cumplida, Grey.Colgaremos las otras fotografías en la nueva casa, y puedeque alguna en el estudio del Escala.Ana levanta la vista.—¿Qué?Me doy unos golpecitos con el índice en los labios y sacudola cabeza.—Nada. ¿Qué tal el libro?—Es un thriller político. Transcurre en un futuro distópico ykafkiano.—Suena fascinante.—Lo es. Es una visión del Infierno de Dante de un escritornovel de Seattle. Boyce Fox.A Ana le brillan los ojos, animada por la emoción deencontrarse ante un buen libro.—Tengo ganas de leerlo.Sonríe y retoma la lectura del manuscrito.Sonriendo yo también, vuelvo a mi collage.Un poco más tarde, se levanta y se acerca a mí sin prisas, congesto esperanzado.—¿Podemos volver?—Por supuesto.

Cierro el portátil, satisfecho con el fotomontaje de la señoraAnastasia Grey.—¿Conduces tú? —pregunta.—Claro.Taylor ha ido a ver a su hija y le he dado el día libre aSawyer.—De camino, me gustaría comprar The Oregonian paraleerle a mi padre la sección de deportes.—Buena idea, estoy seguro de que tendrán alguno enrecepción. Vamos.Cojo la chaqueta y el portátil y salimos por la puerta.Ray duerme plácidamente en la cama de hospital y tardamosunos segundos en advertir que ya no necesita el ventilador. Elbombeo de aire repetitivo y acompasado que lo acompañabahasta ese momento ha desaparecido y respira por sí mismo.Ana lo mira con el rostro animado por el alivio. Le acaricia esabarbilla en la que asoma una barba de varios días y le limpia lasaliva con un pañuelo con una ternura infinita.Aparto la mirada.Me siento como un intruso. Esa demostración muda deamor de una hija hacia su padre es demasiado íntima. Sé que aRay lo avergonzaría saber que he sido testigo de lavulnerabilidad absoluta en la que se encuentra. Salgo de lahabitación sin hacer ruido para ir a buscar a sus doctoras y quenos pongan al día. La enfermera Kellie y su compañera Lizestán en el puesto de enfermería.

Rodríguez, y la conversación posterior.

«Yo quiero que te relajes conmigo.»

Vuelvo a mirarla. Ahí está. Relajada. Absorta en su trabajo.

Misión cumplida, Grey.

Colgaremos las otras fotografías en la nueva casa, y puede

que alguna en el estudio del Escala.

Ana levanta la vista.

—¿Qué?

Me doy unos golpecitos con el índice en los labios y sacudo

la cabeza.

—Nada. ¿Qué tal el libro?

—Es un thriller político. Transcurre en un futuro distópico y

kafkiano.

—Suena fascinante.

—Lo es. Es una visión del Infierno de Dante de un escritor

novel de Seattle. Boyce Fox.

A Ana le brillan los ojos, animada por la emoción de

encontrarse ante un buen libro.

—Tengo ganas de leerlo.

Sonríe y retoma la lectura del manuscrito.

Sonriendo yo también, vuelvo a mi collage.

Un poco más tarde, se levanta y se acerca a mí sin prisas, con

gesto esperanzado.

—¿Podemos volver?

—Por supuesto.

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