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Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told

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—¿Alucinante? —pregunto, porque no quiero pensar en la

palabra «cruel».

—Normalmente sí.

—¿Qué ha sido alucinante?

Ana me mira con exasperación.

—Ya lo sabes.

—Puedo adivinarlo. —Varios recuerdos eróticos asaltan mi

imaginación. Ana en una barra separadora, esposada a la

cama, la cruz… en el dormitorio de mi infancia…

—Christian, yo… —Habla con la voz entrecortada; la

maniobra de distracción ha funcionado.

—Me gusta complacerte. —Recorro delicadamente su labio

inferior con el pulgar.

—Y lo haces. —Su voz es de terciopelo, y me acaricia con

ella. En todas partes.

—Lo sé —le susurro al oído—. Es lo único que sé con

seguridad.

Cuando me levanto, Ana tiene los ojos cerrados. Los abre

de golpe y frunce los labios, probablemente como respuesta a

mi sonrisa maliciosa.

La deseo.

No quiero discutir.

—¿Qué fue alucinante, Anastasia? —le insisto.

—¿Quieres una lista?

—¿Hay una lista?

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