Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
—Christian… —Ana trata de intervenir. Parececonsternada, pero ahora mismo me importa una mierda, y lasilencio con una mirada.—Sí —dice Leila con una voz apenas audible.—¿Qué está haciendo Susannah en recepción?—Ha venido conmigo.Enderezo el cuerpo y me paso una mano por el pelo.¿Qué voy a hacer con ella?—Christian, por favor —intercede Ana de nuevo—. Leilasolo quería darte las gracias. Eso es todo.Ignorando a Ana, dirijo una pregunta a Leila:—¿Te quedaste en casa de Susannah cuando estuvisteenferma?—Sí.—¿Sabía ella lo que estabas haciendo mientras estabas en sucasa?—No. Estaba fuera, de vacaciones.No veo a Susannah quedándose de brazos cruzados mientrasLeila perdía la cabeza. Siempre me ha parecido una personaempática y considerada.Lanzo un suspiro.—¿Por qué necesitabas verme? Ya sabes que debesenviarme cualquier petición a través de Flynn. ¿Necesitasalgo?Leila pasa el dedo por el borde de la mesa y el silencioinunda la habitación. Levanta la vista con brusquedad.
—Tenía que saberlo —declara, mirándome directamente.—¿Tenías que saber qué?—Que estabas bien.¿Qué coño…?—¿Que yo estoy bien? —No la creo.—Sí —insiste.—Estoy bien. Ya está, pregunta contestada. Ahora te van allevar al aeropuerto para que vuelvas a la costa Este. Si das unpaso más allá del Mississippi te lo quitaré todo, ¿entendido?—Sí. Lo entiendo —dice Leila en voz baja, con expresiónde arrepentimiento al fin. Eso contribuye enormemente acalmarme.—Bien —murmuro.—Puede que a Leila no le vaya bien irse ahora. Teníaplanes. —Ana interviene de nuevo.—Anastasia… —le advierto con la voz gélida—, esto no esasunto tuyo. —Asoma ese ceño fruncido que tan bien conozco.—Leila ha venido a verme a mí, no a ti —me suelta.Leila se vuelve a mirar a Ana.—Tenía instrucciones, señora Grey. Y las he desobedecido.—Me mira nerviosa a mí y luego mira a mi esposa de nuevo—. Este es el Christian Grey que yo conozco —dice, y su tonoes casi nostálgico.¿Qué? Eso no es justo.Interpretamos unos papeles en una relación, joder. ¡Y laúltima vez que estuvo en una habitación con mi mujer la
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—Tenía que saberlo —declara, mirándome directamente.
—¿Tenías que saber qué?
—Que estabas bien.
¿Qué coño…?
—¿Que yo estoy bien? —No la creo.
—Sí —insiste.
—Estoy bien. Ya está, pregunta contestada. Ahora te van a
llevar al aeropuerto para que vuelvas a la costa Este. Si das un
paso más allá del Mississippi te lo quitaré todo, ¿entendido?
—Sí. Lo entiendo —dice Leila en voz baja, con expresión
de arrepentimiento al fin. Eso contribuye enormemente a
calmarme.
—Bien —murmuro.
—Puede que a Leila no le vaya bien irse ahora. Tenía
planes. —Ana interviene de nuevo.
—Anastasia… —le advierto con la voz gélida—, esto no es
asunto tuyo. —Asoma ese ceño fruncido que tan bien conozco.
—Leila ha venido a verme a mí, no a ti —me suelta.
Leila se vuelve a mirar a Ana.
—Tenía instrucciones, señora Grey. Y las he desobedecido.
—Me mira nerviosa a mí y luego mira a mi esposa de nuevo
—. Este es el Christian Grey que yo conozco —dice, y su tono
es casi nostálgico.
¿Qué? Eso no es justo.
Interpretamos unos papeles en una relación, joder. ¡Y la
última vez que estuvo en una habitación con mi mujer la