Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
—Voy a ver si lo encuentro.Martin Bentley está desyerbando lo que la señora Bentleyllama el huerto de la cocina. Intercambiamos las cortesías derigor y me lleva a dar una vuelta por la finca. Es un hombrecortés e introspectivo, con algunas ideas acerca de cómomejorar el patio. No solo se ocupa de mi propiedad, tambiénlleva un par más de las inmediaciones, y además trabaja debombero voluntario.Mientras paseamos, charlamos acerca de instalar un jacuzzi,y puede que una piscina. Reparo en una caña de bambú quehay tirada a un lado y la cojo mientras continuamos hablando.Hace mucho que no empleo una caña. Esta es un poco pesada,y no muy flexible. La agito en el aire con gesto ausente.—Será caro —me advierte Martin, refiriéndose a lahipotética piscina—, y, sinceramente, ¿cuánto la usaría?—Bien visto. Igual sería mejor una pista de tenis.—O podría dejarlo como está y que crecieran las floressilvestres —sugiere con una sonrisa contagiosa.Paseo la mirada por el patio, pensativo: ¿piscina, pista detenis o césped con flores? Me pregunto qué preferiría Ana.Agito la caña en el aire una vez más cuando la señora Bentleyabre la puerta que da al sótano. No sé qué me hace alzar lavista, pero lo hago, y descubro a Ana observándome desde laventana de la cocina. Me saluda, pero parece sentirse culpablepor alguna razón… ¿Por qué? No lo sé. Se da la vuelta, y letiendo la caña a Martin para regresar a la casa. Me muero porunos gofres.
El vuelo de vuelta es tranquilo. Ana está dormida a mi ladomientras repaso el borrador del contrato para la adquisición deGeolumara. Creo que todo el mundo está cansado después derecorrer a marchas forzadas la ruta Red Mountain por la quenos ha llevado Elliot, aunque solo por las vistas ha valido lapena. Las horas que son, la altitud y el alcohol estánpasándonos factura a todos: Elliot y Ana duermen, Kate yEthan están adormilados y Mia está leyendo. Parece que Ethany ella han discutido. Sospecho que a la tozuda de Mia por finle ha entrado en la cabeza el «somos solo amigos» de Ethan.Stephan anuncia que iniciamos el descenso a Seattle.—Oye, dormilona. —Despierto a Ana—. Estamos a puntode aterrizar. Abróchate el cinturón.Se remueve e intenta abrochárselo torpemente, así que leecho una mano y la beso en la frente. Vuelvo a besarla en elpelo cuando se acurruca contra mí.El viaje ha sido un éxito, creo. Aunque también inquietante.Me invade una sensación creciente de… felicidad. Es unsentimiento extraño y aterrador, que podría desaparecer de lanoche a la mañana. Miro a Ana, tratando de desterrar lospensamientos angustiantes. Todo esto es demasiado nuevo. Ydemasiado frágil. Devuelvo mi atención al trabajo que tengoenfrente y continúo leyendo y anotando en los márgenes laspreguntas que se me ocurren.No te obceques con tu felicidad, Grey.Solo traerá dolor.El consejo reciente de Flynn resuena en mi mente.«Alimentarlo y atesorarlo.»
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- Page 818 and 819: —Relájate. Hay desagües en el s
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—Voy a ver si lo encuentro.
Martin Bentley está desyerbando lo que la señora Bentley
llama el huerto de la cocina. Intercambiamos las cortesías de
rigor y me lleva a dar una vuelta por la finca. Es un hombre
cortés e introspectivo, con algunas ideas acerca de cómo
mejorar el patio. No solo se ocupa de mi propiedad, también
lleva un par más de las inmediaciones, y además trabaja de
bombero voluntario.
Mientras paseamos, charlamos acerca de instalar un jacuzzi,
y puede que una piscina. Reparo en una caña de bambú que
hay tirada a un lado y la cojo mientras continuamos hablando.
Hace mucho que no empleo una caña. Esta es un poco pesada,
y no muy flexible. La agito en el aire con gesto ausente.
—Será caro —me advierte Martin, refiriéndose a la
hipotética piscina—, y, sinceramente, ¿cuánto la usaría?
—Bien visto. Igual sería mejor una pista de tenis.
—O podría dejarlo como está y que crecieran las flores
silvestres —sugiere con una sonrisa contagiosa.
Paseo la mirada por el patio, pensativo: ¿piscina, pista de
tenis o césped con flores? Me pregunto qué preferiría Ana.
Agito la caña en el aire una vez más cuando la señora Bentley
abre la puerta que da al sótano. No sé qué me hace alzar la
vista, pero lo hago, y descubro a Ana observándome desde la
ventana de la cocina. Me saluda, pero parece sentirse culpable
por alguna razón… ¿Por qué? No lo sé. Se da la vuelta, y le
tiendo la caña a Martin para regresar a la casa. Me muero por
unos gofres.