Freed-Fifty-Shades-Freed-As-Told
—Sí. He pensado que era ahora o nunca.—¿Estás feliz?Asiente sonriendo.—Mucho.Vuelvo a mirar a Ana justo a tiempo de ver a un gigantepelopaja pegado a ella y a mi esposa dándole un bofetón.¿Qué cojones…?Siento un subidón de adrenalina, seguido por la ira que mehierve la sangre. Me levanto de un salto y tiro la cerveza, perome importa una mierda.¿Le ha puesto las manos encima a mi esposa?Voy a matarlo, joder.Me lanzo como un rayo entre la multitud mientras Ana miraa su alrededor, desesperada. Aquí estoy, nena. La rodeo con unbrazo por la cintura y la pongo junto a mí. El hijo de puta quetengo delante me saca media cabeza de alto y también deancho, como si se hubiera pasado con los esteroides. Es joven.Y estúpido.—Aparta tus jodidas manos de mi mujer.—Creo que ella sabe cuidarse solita —me grita.Le golpeo. Con fuerza. Un puñetazo directo a la barbilla.Y él cae al suelo.Quédate ahí, gilipollas.Estoy completamente en tensión, con todos los músculos ylas articulaciones alerta.
Estoy listo. Vamos.—¡Christian, no! —Ana se pone delante de mí y soyvagamente consciente del pánico que transmite su voz—. ¡Yale he golpeado yo! —me grita y me empuja en el pecho conambas manos.Pero no aparto la vista del gilipollas que está en el suelo. Sepone de pie a toda prisa y siento que alguien me agarra confuerza por el brazo. Me tenso, listo para pegar también a esapersona.Es Elliot.El gigante pelopaja levanta las palmas de las manos en señalde rendición.—Tranquilos, ¿vale? No tenía mala intención. —Se aleja,con el rabo entre las piernas, y yo tengo que contener lanecesidad imperiosa de seguirlo y enseñarle unos cuantosmodales.El corazón me late al mismo ritmo que la discotecaatronadora. Oigo la sangre bombeando en los tímpanos.¿O es la música? No lo sé.Elliot relaja un poco la fuerza de su apretón en mi brazo y alfinal me suelta del todo.Me he quedado de piedra. En el sitio. Luchando pormantenerme a flote y no descender hasta el abismo.Inspiro con fuerza y por fin miro a Ana. Me rodea con losbrazos por el cuello, me mira con los ojos muy abiertos yllenos de temor.Mierda.
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Estoy listo. Vamos.
—¡Christian, no! —Ana se pone delante de mí y soy
vagamente consciente del pánico que transmite su voz—. ¡Ya
le he golpeado yo! —me grita y me empuja en el pecho con
ambas manos.
Pero no aparto la vista del gilipollas que está en el suelo. Se
pone de pie a toda prisa y siento que alguien me agarra con
fuerza por el brazo. Me tenso, listo para pegar también a esa
persona.
Es Elliot.
El gigante pelopaja levanta las palmas de las manos en señal
de rendición.
—Tranquilos, ¿vale? No tenía mala intención. —Se aleja,
con el rabo entre las piernas, y yo tengo que contener la
necesidad imperiosa de seguirlo y enseñarle unos cuantos
modales.
El corazón me late al mismo ritmo que la discoteca
atronadora. Oigo la sangre bombeando en los tímpanos.
¿O es la música? No lo sé.
Elliot relaja un poco la fuerza de su apretón en mi brazo y al
final me suelta del todo.
Me he quedado de piedra. En el sitio. Luchando por
mantenerme a flote y no descender hasta el abismo.
Inspiro con fuerza y por fin miro a Ana. Me rodea con los
brazos por el cuello, me mira con los ojos muy abiertos y
llenos de temor.
Mierda.